Home / Derroteros  / Navegando el Izarra

Navegando el Izarra

Paraísos, piratas y pirajás

Cuarenta metros de cadena. El ancla agarró bien. La correntada es fuerte. Cada seis horas cambia de dirección. Parece que hubiéramos llegado al Sahara.

Las casitas del pueblito de Lençois están dispersas sobre enormes dunas de arena blanca. Los barquitos pesqueros, pintados de colores vivos, quedan en seco con cada bajamar. Entre el pueblo y el bosquecito de manglar que hay más allá, crece pasto en la orilla, donde pastorean algunas cabras, burros y vacas. Bajamos a tierra y descalzos, por calles de arena, paseamos entre gallinas y chicos que vuelven de la escuela.

Hay varios albinos, producto de años de consanguinidad, debido al aislamiento en el que viven. Son muy curiosos y nos rodearon para preguntarnos de donde venimos, que idioma hablamos, cómo es navegar en el mar abierto, cómo se educan los chicos. Notamos que toda la gente está en muy buen estado físico y no hay sobrepeso. Claro, tienen que caminar a todas partes por la arena y acarrear el agua en baldes desde un pozo que queda entre las casas y la gran duna.

Tampoco sobra la comida. Se alimentan de pescado, carne de chivo, cocos, castañas de caju, bananas y no mucho más. En el almacén hay fideos, cebollas, aceite, harina, azúcar y productos básicos para el hogar. No hay ningún otro comercio. Varias veces fuimos con el bote hasta la duna. De ahí caminabamos doscientos metros por la arena hasta el pozo. Generalmente tenía 20 centímetros de agua, bajábamos el balde y con embudo cargábamos los bidones con agua cristalina, y rica. Mientras, Aquiles y Ulises jugaban a rodar por las barrancas arenosas.

Pasamos una semana inolvidable en ese paraíso perdido. El desencanto, fue dos horas después de salir al mar, cuando por popa divisamos un barco con una vela casera inflada y humo que denotaba un motor acelerado. Venían directo hacia nosotros. Cambiamos un poco el rumbo y nos imitaron. Trasluchamos y cambiamos totalmente el rumbo para acercarnos a un barco amigo que iba más cerca de la costa. Hablamos por radio y los pesacadores dijeron que querían “uisque” y mujeres. Querían a la “magrinha argentina”. Sabían quienes éramos y nos habían visto en Lençois. Nos dio mucho miedo.

Les mentimos que venían 10 veleros más atrás. Siguieron haciendo bromas por la radio pero continuaron su rumbo y no nos volvieron a perseguir. Dos días después, a las 4 de la madrugada llegamos a la recalada -qué solo figura en la carta- del río Pará. A propósito llegamos temprano, la marea seguía bajando y la corriente enfrentada a los 22 nudos de viento, generaba olas empinadas espantosas. A vela y motor apenas avanzábamos a 3 nudos.

Coincidente con el amanecer, la estoa neutralizó la corriente y las olas se aplanaron. Luego, cuando la marea empezó a subir y a pesar de que el viento había disminuido mucho ¡íbamos a 8 nudos con barrenadas de 10! Doblamos en el río Paracauari, pasamos frente a Soure, la capital de la Isla Marajo, ubicada entre las desembocaduras de los ríos Pará y Amazonas. Pasamos bajo cables de alta tensión con muchos nervios. Fondeamos junto a nuestros amigos, en una curva agreste frente a un banco de barro lleno de aves picudas rojas o rosadas.

El paisaje se parece a nuestro delta, salvo por las palmeras. La otra gran diferencia, es que detrás de la vegetación que bordea el río, el terreno está desmontado y se ven búfalos pastoreando. La carne de búfalo es deliciosa, también compramos queso y manteca de leche de búfala. Además de ser ganado para carne, los usan para tirar carros de carga, como medio de transporte en época de lluvias cuando el campo se inunda y para la fuerza montada de la policía.

Un hombre que vivía a la orilla de donde fondeamos, nos llevó de safari amazónico, además nos proveyó de agua potable para los barcos y perteneciendo a la Marina de Brasil, nos ofreció su protección. Su padre, nos contó que antes era pescador pero luego de que los piratas de la ciudad de Belem mataran a dos de sus compañeros, dejó la pesca y ahora lleva en su barco a los pocos turistas que visitan la isla. Nos advirtió que la zona no era segura para nosotros y nos asustó bastante. Sin avisar a nadie ni despedirnos, los cuatro veleros salimos antes del amanecer. Temíamos que los piratas nos estuvieran esperando afuera en la desembocadura.

Bordejeando apoyados con el motor, tardamos 24 horas en llegar a la recalada. Apagamos el motor y continuamos ciñendo 24 horas más, hasta salir de la influencia de las corrientes del Amazonas.

El segundo atardecer presentaba nubes tormentosas aisladas por todos lados. Viramos y esquivamos un chubasco bastante grande y con lluvia. A la noche arriamos la mayor preventivamente. En la oscuridad total, nos alcanzó un Pirajá – como los llaman en Brasil- que alcanzó los 42 nudos de viento y trajo lluvia torrencial. Las gotas dolían en la espalda a través del traje de agua. Achicamos la genoa hasta dejar solo el puño de escota y así, ¡íbamos a 9 nudos! Las olas no eran grandes y el barco iba serenito. La espuma de mar pasaba volando.

Una hora y media más tarde volvió la calma. Al tercer día, navegábamos con viento por la aleta, a 70MN de Guyana Francesa, cuando apareció por proa un barco a motor. Venía directo hacia nosotros. Orzamos un poco y ellos también cambiaron el rumbo. Orzamos hasta ceñir con toda la mayor y la genoa, prendimos el motor y empezamos a huir a 6,5 nudos rumbo mar afuera.

Ezequiel los llamó por vhf y les dijo que no nos siguieran más. Había un venezolano a bordo así que la comunicación fue en español. Dijo que estaban pescando. Enfrentando las olas y el viento, continuaban detrás nuestro y por el humo de escape, podíamos ver que tenían el motor acelerado. Fue media hora de terror. Estar en el mar, lejos de cualquier ayuda-porque nuestros amigos venían 30 millas detrás-, con nuestros hijos pequeños y un barco con energúmenos persiguiéndonos, nos hizo sentir más vulnerables de lo que nunca habíamos estado.

Por suerte el Izarra es un gran ceñidor y al no poder acortar distancia, se pegaron la vuelta en redondo y no los volvimos a ver. Apagamos el AIS. Durante los siguientes cuatro días no vimos más que buques petroleros.

Nos alejamos de la costa hasta las 250MN y nos subimos a la corriente norte de Brasil que alcanzó los 2,8 nudos a favor. Ibamos muy atentos mirando el horizonte. De noche navegábamos con las luces apagadas y tapamos las ventanas con cartón para que los chicos pudieran prender una luz roja adentro. Cada vez que veíamos una luz a lo lejos, cambiábamos el rumbo para pasar lejos y evitar que pudieran ver nuestra silueta contra el cielo estrellado. Por suerte no había luna. Vimos las estrellas mas brillantes de nuestras vidas. Las estrellas fugaces eran tan frecuentes que parecía un espectáculo de fuegos artificiales.

El mar era de un azul brillante y profundo. Grupos de delfines nos acompañaron varias veces. Comimos manjares producto de nuestra pesca. Festejamos el cumpleaños de Ezequiel. Cruzamos el ecuador. Con viento suave de través, el Izarra volaba. Luego de 8 días y 1100 millas llegamos a Tobago y ¡festejamos haber logrado navegar desde Buenos Aires hasta el Caribe!

Nuestro Instagram @navegando_el _izarra

Por: Virginia Britos

barcos@barcosmagazine.com

Review overview