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IZARRA POR EL MUNDO: Grenada, Mar Caribe

Después de casi dos años de haber soltado amarras en el Club Náutico Sudeste, el 17 de diciembre de 2023, llegamos al Caribe.

De lejos, Tobago, nos recordó a Ilha Grande con sus morros verde obscuro, de laderas muy empinadas que caen al mar. Entramos a la Bahía donde se encuentra Charlotteville, en el norte de la isla.

Fondeamos en 20 metros  de profundidad ya que la tierra cae a pique desde la orilla. El agua es tan transparente como una pileta. Nadamos desde la popa y de paso revisamos el fondo del barco.

Nos pasaron a saludar algunos pescadores, en sus botes abiertos. Tienen la peculiaridad de llevar dos enormes cañas de bambú a cada lado, insertadas en “portacañas”, en un ángulo de 45º, de cuyas puntas remolcan las líneas de pesca.

Bajamos el gomón al agua, le fijamos el motor fuera de borda y ahí mismo, luego de 8 días navegando y durmiendo poco, nos fuimos a explorar el pueblo. El lugar es tan lindo naturalmente y la vibra rastafari tan alegre, que invita a pasear. Por más que estés acompañada por marido e hijos, los locales, especialmente los más viejos, te piropean, respetuosamente, eso sí. La música de Bob Marley suena fuerte, los colores verde, amarillo y rojo, están por todas partes. La mayoría de la gente tiene rastas, en muchos casos en un gran nudo y cubiertas por un gorro tejido, derramado hacia atrás como el de los pitufos.

Todo muy lindo pero por haber llegado un domingo, nos cobraron 80 dólares extra en los trámites inmigratorios. Tendríamos que haber dado la entrada al día siguiente. De manera costosa, vamos aprendiendo estos detalles.

Al día siguiente se largó un diluvio que bloqueó la ruta con árboles caídos, y de tanto barro que arrastraban los arroyos, la bahía cristalina se tornó marrón como el Río de la Plata. Cómo teníamos varios barcos amigos esperando en Grenada para pasar Navidad juntos, después de unos días, navegamos las 50 millas náuticas que nos separaban. Nos tocó una noche tormentosa, con calmas intercaladas por chubascos de viento y lluvia.

La Isla de Grenada está muy poblada y si bien tiene una gran belleza natural, está tan urbanizada que perdió el encanto. El lecho marino, en parte, está tapizado de corales muertos y la playa de reposeras de hoteles.

Entonces aprovechamos para explorar tierra adentro. Nos tomamos el ómnibus, que es una van para 15 personas apretadas, incluyendo los dos asientos al lado del conductor. A medida que sube gente, se despliegan butacas que ocupan el pasillo y cuando alguien quiere bajar, todos los que se interponen entre éste y la puerta, tienen que bajar y volver a subir para continuar viaje. No hay paradas oficiales y el chofer para en las puertas de las casas o donde sea que lo paren y por unos mangos más se sale del recorrido para acercarte. Como siempre nos sentábamos atrás, yo me entretenía mirando los peinados de los pasajeros, rastas, afros y todo tipo de trenzados. Los parlantes están siempre fuertes, a veces escuchábamos musica calipso, otras el sermón de la iglesia y otras veces las noticias del país-isla.

La geografía es de morros escarpados, cubiertos de selva exuberante y ríos de agua limpia. La ruta, es una cinta de asfalto, sin banquina, que va serpenteando, curva y contra curva, subida, subida y más subida y a los granadinos les gusta manejar rápido. El viaje es una montaña rusa.

Desde donde nos bajamos sobre la ruta, caminamos menos de una hora montaña arriba, por un camino rural que se abre entre casas sobre pilotes, árboles de cacao, fruto del pan, bananos, papayas y muchas cabras pastando por todos lados. Cómo recompensa por la trepada, nos zambullimos en el agua fría y cristalina de varias cascadas y cataratas.

Luego de 3 semanas, dejamos Grenada y navegamos 5 horas hacia el norte, hasta Carriacou, la otra isla del mismo país.

Pueden seguir nuestro viaje en Instagram @navegando_el_izarra.

Por: Virginia Britos

barcos@barcosmagazine.com

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