Las tradiciones marineras y los rituales constituyen la esencia de nuestra actividad náutica. Aunque en nuestras aguas, y por esas cosas de la vida, este ritual tiende a desaparecer, olvidarse o sin demasiada importancia. Esta tradición tiene una historia milenaria, originaria de antiguas y remotas costumbres, que de alguna manera queremos rescatar en este artículo, para volver a validar esa ceremonia obligada que definirá, con sus características especiales, el momento especial en la vida de una nueva embarcación, y el excelente recuerdo de su propietario, por siempre.
Texto: Gustavo Revel
Nuestro ambiente náutico se halla poblado de infinitas tradiciones y ceremonias relacionadas con el barco y sus tripulantes. Desde esta lejana latitud tal vez no seamos tan tradicio-
nalistas en términos generales; creo que la vida nos pasa demasiado rápido y no nos da tregua. Pero en otros lugares del mundo, estas tradiciones se mantienen vivas, aunque todo evolucione tecnológicamente, se mantienen costumbres ancestrales, ya que la navegación no tiene edad definida, por decirlo de algún modo.
El bautismo de un barco, en su botadura, es una de las tradiciones más vivas, aunque posee oscuras raíces en la antigüedad, donde se hallaba relacionado a creencias religiosas y sociales: el bautismo se originó como un acto de Sacrificio a los dioses del Mar.
Como podremos ver, cada cultura ha dado su toque costumbrista para llegar, de alguna manera, a lo que hoy tenemos como una tradición más “estandarizada” o habitual, con excepciones, lógicamente. Por supuesto, este resumen de investigación se centraliza en las costumbres de la Edad Media en la actual Europa y el nuevo continente (América), dejando pendientes las milenarias tradiciones orientales, asiáticas y africanas para otra investigación.
Existen referencias del bautismo de una nave 2100 años antes de Cristo. En Tahití, las costumbres ordenaban derramar sangre humana en las ceremonias de botadura.
Los Vikingos, por su parte, y macabramente más salvajes, sacrificaban prisioneros de guerra o esclavos a modo de bautismo antes de la botadura de sus navíos, que podían ser de dos tipos: Snekkar (Serpiente) o Drakkar (Dragones).
Los chinos mantienen sus ceremonias con el correr de los siglos y aun actualmente los grandes juncos poseen un altar en honor a la Madre del Dragón.
El vino en los rituales de botadura es usado desde tiempos inmemoriales. Pero fueron los griegos quienes introducen el agua como signo de purificación. Posteriormente, los romanos utilizan el agua como símbolo de pureza en las bendiciones sacerdotales; de ellos el ceremonial cristiano ha adoptado el vino en los sacramentos y el agua como claro signo de purificación.
La Edad Media se caracterizó por su fervor religioso, extendiéndose hacia el mar y generalizándose así el uso de nombres de santos para las embarcaciones, prowspirits ó mascarones de proa (literalmente “espíritu de la proa”), e imágenes sagradas en las decoraciones de popa.
Durante la época del reinado de los Tudor, en Inglaterra, existía la costumbre de botar el buque con una plataforma en la popa, la cual sostenía un copón de plata con vino. Un representante real bebía, a la vez que le deseaba un venturoso futuro a la embarcación, para luego esparcir gotas de vino hacia los cuatro puntos cardinales de la cubierta, acto que representaba el ritual de sangre; finalmente, la copa era arrojada al mar en ofrecimiento al dios Neptuno. Justamente, aquí parece ser que se inicia el “apadrinamiento” del barco, en manos de quien bebía y deseaba al barco una buena ventura.
En el año 1610, Enrique Estuardo (príncipe de Gales y heredero al trono de Inglaterra y Escocia) que por aquel entonces contaba con 16 años (falleció dos años después a causa de la fiebre tifoidea) no se le ocurrió otra cosa que, tras el brindis de inauguración de una embarcación, lanzar la valiosísima copa hacía la muchedumbre que allí se encontraba. Algo que causó furor y que en siguientes ocasiones siguió haciéndose en otras botaduras (aquel que la atrapaba se quedaba con ella, algo que hizo que cada vez que se bautizaba un navío fuese un acto multitudinario).
Pero, a finales del siglo XVII, el ritmo de construcción de barcos en Inglaterra era tan alto que no salía a cuenta el hecho de lanzar la copa (además de provocar numerosas peleas por ser quien la atrapaba), por lo que se volvió a la tradición de realizar simplemente un brindis.
La primera constancia que existe de la utilización de una botella y que ésta se rompiera sobre el casco de la embarcación en el momento del bautizo es del 21 de octubre de 1797 durante la botadura del USS Constitution (una de las primeras fragatas de la Armada de los Estados Unidos) en el puerto de Boston. Durante aquel acto, el Capitán James Sever agarró una botella de vino de madeira (dulce, muy parecido al Oporto) y la estrelló contra el bauprés (el mástil horizontal colocado en la proa).
Parece ser que de aquí surgió el romper una botella de algún tipo de licor (lo más común vino o whisky). Este ritual se fue extendiendo por otros países, adoptando esta tradición.
Durante mucho tiempo la forma de romper la botella era agarrándola por el cuello (boca abajo) y golpear contra el casco. Pero hubo más de una ocasión en el que quienes apadrinaban los barcos eran niños o niñas de corta edad, adolescentes o mujeres que no tenían fuerza suficiente para lograr romper de un golpe la botella, por lo que se optó por atarla a una cinta (que salía de uno de los mástiles) y desde cierta distancia y tomando impulso se lanzaban contra la embarcación.
No fue hasta bien entrado el siglo XIX que no comenzó a usarse la tradicional botella de champagne. Fue a partir del momento en el que esta bebida espumosa se había hecho muy popular entre las clases altas y el hecho de usar esta bebida para los actos de botadura le confería un aire aristocrático, además de glamoroso. Por supuesto, esa burbujeante costumbre nace en Francia.
Los bautismos de buques comerciales –mercantes y pesqueros- de Bretaña y Normandía, los llevaban a cabo sacerdotes, y si bien no utilizaban vino de la ceremonia, se les convidaba a los presentes con un vino de honor. Hasta principios del siglo XIX, estas ceremonias eran exclusivas para los oficiales de alto rango y sacerdotes, pero luego la concurrencia fue ampliándose, admitiendo entonces personas de origen común, entre ellas mujeres, dando por finalizada la misoginia reinante.
En la época de la Prohibición del alcohol en Estados Unidos, se popularizó en uso de agua sustituyendo al champagne, en las ceremonias de bautizo. Como afirmación de ello y consciente de que las leyes se respetan con imparcialidad aún desde “lo alto”, la esposa del Presidente Herbert Hoover, bautizó en 1933 el portaaviones “Ranger” con una botella que contenía jugo de uvas.
Otra mujer famosa fue la esposa del Presidente americano Franklin D. Roosevelt; bautizó por su parte el hidroavión “Yankee Clipper” con una mezcla de agua de los siete mares, respetando por lo tanto, ambas mujeres, la ley seca.
Existe aún un caso más curioso. Se trata de un buque tanque construido para una empresa armadora de la India por un astillero yugoeslavo, el que fue bautizado con leche de cocos, siendo derramada sobre un sector del casco donde había sido grabada simbólicamente una plegaria hindú.
Hoy en día, la ceremonia consiste, por lo general, en el bautismo por parte de un padrino o madrina, quien rompe una botella de champagne en la roda; por cierto la botella va envuelta para evitar dañar el casco provocar accidentes con los trozos de vidrio, una vez finalizado este pequeño rito, la embarcación es botada. Luego, una fraterna reunión de camaradería festejando los esfuerzos realizados de diseño, planificación, construcción hasta la puesta a flote del barco.
Afortunadamente, el tiempo ha mutado esas ceremonias oscuras, de fanatismo religioso y nada sociables a lo que hoy conocemos. Queda mucha historia por contar, que de hecho no es fácil investigar… pero la consigna es mantener viva esa hermosa y emotiva tradición.