De aquella certidumbre en que mañana volvería a ser un día cualquiera, y que las cosas nos saldrían más o menos como a cualquiera, a esta incertidumbre cotidiana de no saber si nuestros seres queridos estarán bien, si se restablecerá el trabajo presencial, si el planeta seguirá sosteniendo a la humanidad que lo niega, o si la economía cambiará radicalmente.
En esas aguas, entre aquella certidumbre y esta incertidumbre, nos despierta a cada quién y sus circunstancias, tristezas, temores, miedos, angustias y modos en que nos armamos para defendernos de nuestra propia humanidad y existencia.
Esta tensión que habita el alma humana, es lo que podríamos pensar del lado de la certidumbre como lo repetitivo, y del lado de la incertidumbre, como el azar, lo imprevisto, lo nuevo y hasta lo caótico.
Cuando la tensión entre ambas aumenta, surge la angustia y los mecanismos que intentan evitar, negar o controlar esa emergencia. Y entonces a veces pasa, que damos vueltas escapando de lo que nos había tocado afrontar, nuestro pedazo de vida.
Es curioso ver como cada uno elige su propia aventura. Hay quienes se arman controlando, como el viejo y genial Maxwell Smart, El Superagente 86. Ese agente de Control que pertenecía a una agencia secreta, y luchaba contra Kaos y otros villanos que pergeñaban todo tipo de planes contra el orden establecido.
El control es un intento de defendernos de la angustia, cuando la vida nos desacomoda. Intento fallido y siempre desplazado de un peligro inminente, que a veces se vuelve invivible para nuestros seres queridos.
Cuando alguien nos cambia algo de lugar y nos enojamos de manera desproporcionada, como si en ese gesto pretendiéramos, controlar o manejar el devenir, que es imposible de detener.
Me gusta pensar que la vida consiste en el trabajo cotidiano de inventarla. La vida consiste pero también resiste, insiste, a veces desiste, y hay que intentar tolerarla en alguna medida posible.
En estos días inciertos, hay acontecimientos que aparecen del lado del azar, lo imprevisto que sorprende y nos deja sin palabras, como el coronavirus, o la sexualidad, o la muerte. Parte del devenir inexorable de la vida y la angustia que nos provoca.
¿Pero quién querría vivir eternamente?, ¿y quién se ahorraría la angustia que le costó vivir aquella pasión o aquel amor que una vez se tuvo? Ninguna argumentación racional parece ser suficiente contra la angustia sin atravesarla, enfrentando la duda y aprovechando sus rodeos, para saber algo más de la vida y de nosotros mismos.
Aquel “… ya va a pasar” es una mentirita a la que solemos recurrir, para creer que las cosas cambiarán desde afuera y con el tiempo, sin nuestra intervención. El tiempo no es cronológico, sino hecho de cada paso que damos en el trabajo de transitarlo, en momentos propios de ver, procesar e inventar, haciendo poesía, obra, o humor, en un devenir con todos sus ribetes y sus giros, hasta los más inesperados…
Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
cecilia.lavalle@gmail.com