PARTE II
Texto y fotos: Gustavo Revel
Seguimos redescubriendo la historia de nuestras empresas náuticas que siguen el legado de padres y abuelos. Empezamos con el astillero Canestrari, con una parte de esta gran familia y seguimos con la Guardería Canestrari, ese otro puntal de la historia de esta familia tan querida por todos. Aquí está la charla con los protagonistas.
Al apagar el motor en el estacionamiento de la guardería, cerré los ojos y jugué mentalmente a recordar lo que hacía allí mismo un cuarto de siglo atrás, casi a diario. El ruido de un motor de carrera era inconfundible, no importaba la categoría. Bajaba casi corriendo del auto llevando un chaleco salvavidas de competición, alguna hélice reparada y herramientas para ir a probar el bote de mi amigo Sergio Moavro. La guardería estaba a pleno, siempre. Calor agobiante o frío antártico, era lo mismo. Estábamos distendidos hasta un día antes de la regata, donde los nervios y expectativas nos ponían un poco más serios. Guillermo Ávila, encargado de la guardería y parte de la familia Canestrari era quien dirigía ese bastión motonáutico. Escucho los gritos con que nos retaba, siempre con enojo paternal y cómplice, tratando de poner un poco de orden en el “enjambre” de botes prestos a partir y ocupando el espacio de los clientes quienes, con singular paciencia y sorpresa, miraban nuestras embarcaciones. Confieso que lo hacíamos rabiar por demás… pero nunca nos negó estar allí. Nunca. Pepe y Ernesto Canestrari eran infaltables el día previo y el de la regata. Observaban todo con atención, como recordando sus épocas de esplendor. Siento el olor del combustible quemado, mezcla de nafta y aceite en exceso, para que los motores no se “agarren”. En ocasiones, el “Centolla”, barco emblema de la motonáutica, dejaba la amarra y se despedía con su bocina diciéndonos hasta luego, suerte a todos. No había GPS, ni motores cuatro tiempos, ni electrónica… ni horarios: era sólo el bote, motor, chaleco, casco y a volar. Charlas, risas, cafés, gaseosas, chapuzones, alegrías y tristezas… todo acontecía allí. Era nuestro club, nuestra familia, nuestros amigos. Así me dirigía hacia la oficina y eso que soñaba se desvaneció en mi mente, mientras transitaba por un complejo renovado y distinguido y con unas pocas caras conocidas. Confieso que la nostalgia se apoderó de mí. Pero estaba allí con una tarea: seguir la historia de esta familia. A poco de cumplir 75 años de vida del astillero Canestrari, la guardería, algo más joven, es mucho más que otra unidad de negocios de la firma: es el estandarte de la motonáutica toda. En sus inicios, el lugar era un simple bañado con una vía de agua libre hacia el Luján. Ernesto y Pepe Canestrari ya tenían su astillero pero fueron visionarios y enclavaron en esos lotes un nuevo astillero, en la nada misma. Esa visión de futuro, ese sueño y empecinamiento llegó a ser una realidad tangible, como lo es desde hace décadas el complejo todo. En la historia de la motonáutica de competición, la guardería Canestrari fue única, fue el corazón de las regatas, además de dar guarda, servicio y combustible a cientos de nautas que guardaban sus lanchas y barcos en sus instalaciones. Hablamos con quienes preceden a los fundadores, en segunda y tercera generación. Norberto y Mabel son hijos de Pepe Canestrari; Pablo y Natalia son hijos de Delia Canestrari (hija de Ernesto Canestrari) y Melisa Torres Canestrari es hija de Mabel Canestrari. Así las cosas, entablamos esta amena charla.
Barcos: Seguimos con la segunda parte de la nota. Hoy le toca al grupo Guardería… y mi primera pregunta es para Norby y Mabel… ¿ustedes son más chicos que sus primos Daniel y Delia?
Norberto Canestrari: Si, unos años menos.
Barcos: Por eso el relato de ustedes empieza desde otro punto del tiempo, ya que el astillero estaba consolidado y sus primos ya integrados a la empresa. ¿Cuál es el primer recuerdo que viene de esa época?
Mabel Canestrari: Recuerdo cuando papá y el tío compraron estos terrenos. Papá los sábados nos traía y nos decía “vamos a la jungla”, porque esto era todo un monte: cruzabas la vía y te perdías en una selva. Otra imagen que recuerdo es uno de los galpones y a Norby manejando un sampi.
N.C: Aquí era todo nuevo porque nosotros vivíamos arriba del astillero, en Zuviría 620, Tigre. Jugar en el astillero era de todos los días; no nos dejaban tocar las máquinas. Los empleados nos ayudaban a hacer nuestros juguetes. Ir a los terrenos de la guardería era un paseo. Cuando mi viejo vio estas tierras y le comenta a mi tío, se entusiasmaron porque tenían una vía navegable real, abierta, existente, con salida al Luján. Era importante y una cosa menos para hacer. La salida al río era fundamental para el astillero y la guardería. Una vez que se compraron los lotes, se empieza con el primer galpón que era el astillero –año 67 si mal no recuerdo-. Los terrenos fueron su orgullo, los escrituraron y siempre se sintieron felices de haber logrado estar junto al agua.
M.C: En ese año desmalezaron y construyeron el primer galpón, que fue el astillero, que son las dos primeras naves. Con el tiempo el resto de los galpones fueron guardería y finalmente, al mudar el astillero a Don Torcuato, todo fue guardería. Era más rentable y querían despegar ambas unidades de negocio ya desde esos años.
Barcos: Ahora bien, como se van integrando al negocio ustedes, la segunda generación.
Natalia Ávila Canestrari: La primera en integrarse fue mamá (Delia). Ella tenía la administración del astillero, porque no había otra cosa. Trabajaba junto a Pepe en la administración y el abuelo Ernesto era de producción.
N.C: Después de Delia se incorporó Daniel, después Mabel y después yo.
M.C: Cuando me incorporo, había una administración central –astillero y complejo náutico-, y lo comandábamos desde el local que tenemos en Libertador. Yo trabajaba con Delia, era su secretaria: manejaba los bancos, pago a proveedores, sueldos, etc.
Barcos: El crecimiento de astillero y guardería fue exponencial para la época. Esa administración ¿resultó difícil?
N.C: Pensá lo siguiente: tanto el tío como papá hicieron todo a pulmón y sin estudio. Todo lo que vos decís es cierto, ellos tenían el instinto y cintura. E hicieron, en su formato, lo que ves aquí. Yo me integré después de Malvinas, viniendo al astillero, luego en la oficina. Recordá que también teníamos la representación de motores Mariner, tarea administrativa muy compleja con los regímenes de importación a través de los distintos gobiernos. Había mucho trabajo.
Barcos: Natalia: tu papá, Guillermo Ávila, siempre estuvo en la guardería…
N.A.C: Sí, papá fue el encargado creo desde que nací, su vida fue… y es la guardería. Estaban de novios con mamá y ya estaba acá… Aún jubilado sigue enojándose igual que con ustedes…. (risas).
Barcos: Para Mabel y Norberto, ¿qué rescatan de todo lo vivido?
N.C: Los principios, grabados a fuego, la palabra, que hoy se desvirtuó, y nunca manchar el nombre. El negocio es el negocio, pero el apellido hay que honrarlo.
M.C: Sumo a lo de Norby la conducta de trabajo, de venir todos los días, de supervisarnos, hacer frente a los nuevos problemas, a los cambios, dar las directivas… no paraba nunca. Hacía todo con amor, igual que el tío en el astillero.
Barcos: ¿Cómo es la transición a la nueva generación?
N.C: Natalia es la primera en llegar, reemplazando por esas razones de vida a Delia, su mamá. Natalia siempre colaboraba cuando hacía falta y luego tomó el mando de la tarea que Delia hacía. Pablo (Ávila Canestrari) llegó después. Respecto a mis hijos, Federico estuvo aquí ayudándonos en la parte financiera.
Pablo Avila Canestrari: Siempre venía con papá a la guardería a jugar, saltando entre los muelles, usando el sampi, subiendo a las lanchas y nos entreteníamos con eso. Después pintaba en la herrería, o lavaba las lanchas, pensá que iba a la primaria… cuando hacía alguna macana, me pasaban a otro lado (risas); en el secundario, venía siempre pero por las carreras de lancha. Estaba con los mecánicos, probaba los motores, y allá por el 96 se va una persona de ventas y lo reemplazo, en el salón de Libertador. Así empecé, hoy estoy en ventas, dependiendo del astillero. Aquí también trato de ayudar en lo que necesiten.
N.A.C: Te cuento que de chica, papá me traía los sábados y domingos de 8 a 20 hs para que ayude en la oficina con los movimientos de las lanchas (administrativo), a mano, ficha por ficha… eso era de chica. Después, estudié turismo, trabajé en el exterior, en hotelería. Luego volví y trabajé en lo mío pero igual la guardería era parte de mi vida y de mi familia. Pero hubo un momento que mi trabajo me absorbía demasiado, y no podía venir seguido. Las cosas se complicaron con la enfermedad de mamá, los abuelos ya estaban grandes, entonces mamá me pidió una mano con los abuelos. Mamá trabajó hasta el último momento. Ella amaba su trabajo, era honrar a su padre y a su familia. Me desdoblé trabajando en hotelería, reemplazando a mamá cuando hacía sus quimio y cuidando a los abuelos. Fue una época durísima para mí, y para todos. Cuando mamá se fue ya me había transmitido todo lo necesario y podía ayudar a Mabel. También ya estaba aquí Melisa (Torres Canestrari, hija de Mabel) como asistente… Lucila y Fede (Canestrari, hijos de Norberto) también estaban acá, colaborando y allí deje mi vocación de lado y me quedé aquí.
Melisa Torres Canestrari (hija de Mabel) se suma a la charla. Distendida, se adaptó fácilmente al diálogo.
M.C: Hago una acotación: los domingos era el día del almuerzo familiar. Comíamos todos en el quincho, con Teresita (histórica cocinera del restaurante de la guardería). Pepe con su familia, Ernesto con la suya, Daniel y Delia, ambos casados, con sus hijos chiquitos… todos los domingos. Pepe y Ernesto se turnaban cada fin de semana para quedarse en la guardería por cualquier problema que podría haber ocurrido, para hablar con los clientes. Eran muy responsables.
Barcos: Rigurosamente como viene la tercera generación por parte de ustedes, ya que por edad y conocimiento, tanto Pablo como Natalia son para mí conocidos de toda la vida
N.A.C: Norby tiene tres hijos: Lucila, María Sol y Federico; Mabel tiene dos: Melisa y Delfina.
M.C: Melisa hace unos cinco años que está dándonos una mano y ahora está con su propio proyecto pyme; Delfina, que es licenciada en marketing, hizo nuestra web. Ellas saben el formato de todo administrativamente, pero tienen sus profesiones.
Barcos: Pregunta muy directa a Melisa, ¿cómo ves el futuro, como te ves en unos años dentro de esta empresa familiar?
M.T.C: Al venir aquí veo a mi abuelo. Todo pasaba por acá, por la empresa, astillero y guardería. La familia era otro de sus amores. Lo recuerdo así, con sus amigos y hablando de los temas de trabajo. De alguna forma era nuestro hogar; yo visitaba a los abuelos en su casa o estaba acá. Al venir a trabajar, la experiencia fue excelente. Ensamblarse en una empresa de tu propia familia es algo muy fuerte, mucho compromiso. ¿Cómo me veo a futuro? Tal vez con la misma pasión heredada, tal vez todo más tecnificado, con proyectos nuevos… el día a día será lo mismo, eso es una impronta que nos pusieron desde nacimiento y creo, la seguiremos manteniendo.
P.A.C: Hablando de proyectos, nos dimos cuenta de que la guardería necesitaba actualizarse. La esposa de Norby, que es arquitecta más el aporte individual de sus hijos, redondearon ideas para los primeros cambios y poner todo de nuevo en valor. Con respecto a los proyectos que dice Melisa, aunque no parezca, este rubro evoluciona siempre. El astillero fabrica nuevos modelos, nuevas tendencias que el mercado internacional propone año tras año. Canestrari tiene sus seguidores y gusta de nuestros proyectos. Muchos de esos barcos nuevos difieren las medidas de las camas y debemos reacondicionarlas dentro del espacio que tenemos. Es un rubro que parece simple pero requiere siempre estar un paso adelante.
Barcos: Última ronda para la segunda generación: ¿qué rescatan de sus padres?
P.A.C: Marcaron el camino con valores, sacrificios, cultura de trabajo… creo que es la misma enseñanza que deja cualquier persona de bien, y eso es lo que son mis viejos y nuestra familia.
N.A.C: Pablo siempre dice algo: el abuelo se independizó a los 21 años. Dejó todo y dijo “me voy a poner a trabajar solo”; en esa época, los padres lo querían matar. El abuelo cumpliría en agosto próximo cien años… a partir de allí no sé si con el correr de estos tiempos se podría igualar, pero la esencia de seguir tus sueños y tu futuro es tal vez el mejor legado.
P.A.C: Nos acostumbramos a trabajar sábado y domingo, como familia tenemos nuestro formato de vida: sabemos que este trabajo es así y, si nuestros viejos y abuelos lo hicieron para que nosotros lo podamos continuar, podremos hacerlo otra vez, con las mejoras que el hoy nos ofrece. Las cosas cambian, es verdad, pero nosotros podemos adaptarnos.
La charla duró casi horas. Recopilé las partes más certeras ya que la entrevista iba y venía, con temas muy dispersos, con puntos en común, infinidad de recuerdos, miles de anécdotas, muchas de ellas desopilantes y otras más tristes, charla que daría para muchas páginas de esta revista. Pude ver en todos mucha participación en contar su parte de la historia. No quedó afuera la representación de los motores Mariner, el barrio privado (proyecto concluido y que se encuentra situado vecino a la guardería), las regatas, los apremios económicos de cada década, las bonanzas… todos recuerdan algo de sus padres y abuelos… todos concluyen en un mismo ideal. La charla no tuvo un cierre formal, simplemente porque estaba en familia. Al bajar de la moderna oficina, Norberto me muestra un anteproyecto de lo que será la guardería en poco tiempo. Hermosa elección. Los más jóvenes volvieron a sus tareas sin dejar de atender sus celulares, que acumulaban mensajes y llamadas no atendidas por la charla. Era el cumpleaños de Natalia. El día era soleado. De la nada, con la misma silueta y el mismo tono de voz, Guillermo Ávila daba unas directivas en el playón principal; vino a ver como andaba todo, aunque ya no es su responsabilidad directa, como fue durante más de cuatro décadas: así será siempre, porque la guardería es su propia vida. Con algunos años más a cuestas, como los que tiene quien está escribiendo esta nota, nos pusimos al día de nuestras vidas, con el mismo entusiasmo que antes, pero más pausados, con más tiempo… mucho más tiempo. Otra vez, al irme del lugar, dejé atrás un inmenso y grato recuerdo, de los buenos tiempos vividos allí, con viejos amigos. Creo sinceramente que la leyenda seguirá por muchos, muchísimos años más.