“Seguimos contando historias de vida ligadas a la actividad náutica; en esta ocasión, la de alguien que, junto a sus hijos tienen el arte en sus manos, la artesana tarea de tapizar embarcaciones con un sello inconfundible de calidad y esmero que nadie discute en el río. Francisco Borrello y sus hijos nos cuentan su propia historia “.
Texto y Fotos: G. Revel / G. Dalprá
Me gusta escribir estas notas. Cuando realizo la charla, existen dos momentos muy puntuales de la nota: el inicio, donde el entrevistado comienza a elaborar una tímida presentación propia y, unos minutos después, al sentirse a gusto, su relato de su vida. El sentirse cómodo es, simplemente tomarse un momento para ordenar en su mente, en una cronología aproximada, cinco o seis décadas de trabajo, de sueños, de progreso, de fracasos, alegrías o tristezas… menuda tarea. Francisco Borrello derrocha memoria y cuenta, con ojos alguna vez vidriosos, de toda su vida. Llegó al país en el año 1949 junto a sus cinco hermanos y, como no podía ser de otra manera, el trabajo y el sacrificio fue, desde muy chico, su mejor educación. Encontré en Francisco la misma esencia de vida que con otros entrevistados: un increíble portfolio de trabajo, el concepto de familia siempre presente, de esfuerzo, visión, de arriesgarse a más… y también el mismo entusiasmo e infinitos proyectos para seguir creciendo. Con sus 75 años mantiene la misma vitalidad que lo caracterizó siempre. Su sangre italiana es su impronta, marca distintiva en su carácter y regazo en su pasión por su oficio. Así comenzamos una charla de más de tres horas en su taller, junto a sus dos hijos Gabriel y Pablo.
Barcos: Francisco, ¿cómo empezó con el oficio?
Francisco Borrello: Bueno, yo vine de Italia muy chico; empecé a trabajar en una empresa que se llamaba Del Carlo. Ellos fueron los dueños también de Suavestar (colchones). Del Carlo era una empresa metalúrgica automotriz, trabajaba para todas marcas en lo referente a interiores, asientos, techos paneles de puertas, estructura interna completas. Allí aprendí el oficio, desde los 14 años, allá por el año sesenta.
B: ¿Ese fue su primer trabajo?
FB: No, mi primer trabajo fue fabricar radiadores. Tenía 12 años y ¡hacía los paneles del tipo panal de abeja yo sólo! Después, ya con catorce me fui a Del Carlo. Mi hermana mayor trabajaba allí, fue la primer costurera que tuvo Del Carlo. Luego, mi otra hermana, Carmen, era la encargada de tapicería y yo estaba en la parte de armado. Me tocaba hacer todos los modelos de apoyabrazos de las puertas, de todos los modelos. Trabajaba de 6 de la mañana a 2 de la tarde. Al salir, trabajaba en una tapicería de la zona unas 5 o 6 horas más. Después de un año, ya entendiendo el oficio, al llegar a casa, junto a dos hermanos menores, seguía haciendo el mismo trabajo que en la empresa, ya que pude arreglar ser contratista además de trabajar en planta. Es decir, cumplía horario y en casa, en un taller improvisado, seguía generando piezas. Era una producción fantástica. Trabajábamos hasta las 10 o 12 de la noche… y obviamente dejé provisoriamente la tapicería, tarea que hacía si el trabajo era importante.
B: ¿Cuándo se independizó?
FB: A los 18 años me puse una tapicería, ya era independiente, producto del trabajo extra que me dio la empresa y pude ahorrar y me animé. Había mucho trabajo. Mirá, en el año 1964 salió el Falcon Futura; Tengo una gran anécdota al respecto. Varios proveedores surtían a Ford, pero los apoyabrazos se rompían. Yo trabajaba en casa con dos calentadores a bomba y generé una herramienta que apoyaba sobre el fuego y planchaba la tela sobre una parte del apoyabrazos, que tenía el mismo formato de la herramienta, y quedaba perfecto. ¡Yo solo le hacía unos 200 apoyabrazos por día! Otro proveedor de Ford vino a buscarme, el dueño de la empresa FAT, un tal Di Lello, para hacer esa orden de Ford, pero, nobleza obliga, le dije que yo era proveedor de Del Carlo. Me ofrecieron el doble, pero yo tenía el código de honor que hoy… no existe más. Bien, ante el problema de los apoyabrazos del Futura, vino un ingeniero de Ford a la casa de mi mamá, porque allí tenía mi tallercito, de 7.50 x 3 mts, que lo hice ahorrando dinero desde los 14 a los 18 años. La realidad es que quería saber cómo hacia yo las piezas que no se rompían. Algo de mi proceso de armado era diferente. Entonces le mostré como era mi sistema de armado, con mis herramientas rústicas y mis dedos, además de hacer unas planchitas especiales muy artesanales donde podía acomodar correctamente el material dentro del formato de la base del apoyabrazos. Este ingeniero americano no lo podía creer y me ofreció llevarme a Estados Unidos, a Ford, porque vio algo en mí que le servía a su empresa. Me insistió varias veces y varios días… y justo mi viejo se enferma mal y no pudo trabajar más, lo pensionaron y a mi mamá la habían operado de la vesícula –eso era una carnicería por esos años- entonces desistí de ir. Los viejos no podían quedarse solos. En el año 1966 Ford me contrató como instructor por unos meses para capacitar a la gente de planta en las tareas de tapicería. En un punto no lo podía creer… era chico pero pensábamos como gente grande. El trabajo era nuestra inspiración, nuestra vida.
B: ¿Y qué hizo a partir de allí?
FB: Alquilé mi primer local para hacer mi tapicería de autos y muebles sobre José Ingenieros y Lynch, en Beccar. Además seguía trabajando de contratista para Del Carlo. Tenía doce costureras en dos turnos, y seis armadores. Gané una licitación del Automóvil Club para retapizar autos del museo de Luján, hice muchos tapizados de autos clásicos, había mucha artesanía.
B: ¿De dónde vino esta veta artesanal que Ud. tiene?
FB: Estimo que de papá. El fue zapatero, no sólo remendón, el fabricaba zapatos, diseñaba sus propios modelos y los hacía a medida. Recuerdo que una vez un hombre de muy buena condición económica vino a casa con un Impala, un auto que no existían tres en el país, se bajó y le dijo: “hace cinco años que tengo estos zapatos, son tan cómodos… hágame tres pares más”. Era un excelente artesano.Tenía sus propias técnicas y secretos para estirar y doblar la suela, en fin…
B: ¿Cómo se vincula a la tapicería náutica?
FB: Frente a donde era la vieja estación de Tigre, donde hoy está el Mac Donald’s, había un señor que compraba embarcaciones, las viejas Chris Craft y las restauraba, incluyendo la tapicería. Esos modelos, tapizados en cuero, era bastante parecido a un auto. Yo hacía unos trabajos para un tercero y por esas cosas de la vida, me dan una lancha para hacerla yo. Tuve suerte porque pude sacar un defecto que se repetía en todos los modelos: que el cuero quede plegado. Me acordé del sistema de papá –golpear la suela- y lo hice; y la lancha quedó mejor que original, según algunos que sabían del tema.
B: ¿Allí fue el despegue?
FB: No, fueron los primeros intentos que hice y me gustó mucho… era totalmente diferente. ¡Había tanto trabajo! Hice un montón de boliches bailables: Sunset, Matokos, El Castillo en Liniers, Enamour… y los domingos me iba con los chicos a cobrar los trabajos. Eso era por los ‘70… Por esos años la náutica era muy especial, había trabajo y los barcos nuevos o para reacondicionar, necesitaban tapicería interior y exterior. La gente me empezó a llamar y los trabajos eran cada vez más grandes y había que desarrollar todo: sillones, cortinas, salones, camas etc. Había mucha parte creativa. Eran barcos de madera. Le hice el primer barco al dueño de Del Carlo, el “Edith” en el ‘75. Luego hice una chata palera modificada a crucero, la tapicé toda. Y poco a poco me fui dando a conocer y me empezaron a llamar. Trabajé para Segue, Sistemas Marinos, Pagliettini, Del Soto, Calcagno, Primavera, Lois y Escobar, Ich entre otros de esos años.
B: ¿Cómo fue la transición y el motivo real de elegir la náutica?
FB: Siempre quise destacarme en mi trabajo. La parte automotriz era algo ya muy automatizado y cualquiera podía hacerlo. Las fábricas ponían el número que valía tu trabajo y se desvirtuó todo. Y tenía tanta confianza que sabía que yo daba para más, que podía hacer otras cosas que nunca había hecho. La náutica me permitía desarrollarme más, podía crear, inventar, el lugar de trabajo era agradable, trabajar dentro de un barco me permitió aprender y mejorar. Me mudé e hice mi segundo taller, una loza de 130 metros, aproximados, con doble turno de personal. Ya estaba abocado al mundo de la náutica.
B: Hablemos de sus hijos… ¿quienes lo acompañaron en este proceso y cómo se integran a la empresa?
FB: Bueno, quienes me acompañaron fueron los varones, Gabriel y Pablo (dos de los cinco hijos de Francisco, restando Cecilia, la mayor, Lorena y María Emilia), ellos arrancaron en año ‘80, aproximadamente, Gabriel primero y un par de años después se incorpora Pablo, que es unos años menor.
Gabriel Borrello: Pablo y yo acompañábamos a papá cuando podíamos, o sino íbamos al taller a hacerle compañía. Al terminar el colegio me fui a trabajar al taller. Hicimos todo lo que mi viejo nos pedía; ambos teníamos curiosidad y ganas de hacer. Me llevaba a los barcos de los astilleros, por la calle 9 de Julio, galpones con piso de tierra… recuerdo que antes no había herramientas de engrapadoras manuales, se hacía todo con tachuelas o “semillas”. Papá se las colocaba en la boca y con mucho oficio las colocaba: yo lo quería imitar y todos me decían “te las vas a tragar”, y le avisaban a papá –risas-. Pablo también aprendió el oficio y tuvo una excelente experiencia que fue ir a trabajar a astilleros en Italia.
Pablo Borrello: Hemos trabajado mucho y salió la oportunidad de ir a hacer algunos barcos en Italia. Más allá del volumen de trabajo y del tipo de materiales que encontré, vi una ciudad preparada, pensada, para hacer en barcos: todo era distinto. Acá hacemos todo, la obra se concentra en pocos rubros. La tapicería nuestra es integral. Aunque los barcos argentinos son prototipos, en cuestión de tapizados no hay dos barcos exactamente iguales, todo es one-off, aunque algunas partes puedan servir o estar emplantilladas. Somos, como dice mi hermano, quienes cerramos la obra.
GB: No obstante, es importante aclararlo, que algunos astilleros tienen, por ejemplo, más de ciento setenta piezas postizas para tapizar, es decir, algunos ya toman el concepto modular del sistema de armado en tapicería, y esos es bueno. Sin embargo, los detalles finales, son en muchos casos, artesanía pura. Ya estamos acostumbrados.
PB: Esa es la forma en que trabajé en Italia, incluso a cielo abierto, tapizando interiores completos y cubiertas sin ensamblar, con un detalle excelente de ajuste. Pero todos los barcos eran iguales. De hecho, se trabaja con paneles en base de PRFV y componentes especiales, muy livianos. Las telas son desarrollos que varían en forma constante, y van en consonancia a los colores elegidos para el exterior. Aprendimos mucho pero no podemos volcarlo en pleno a nuestra industria.
B: La pregunta es para Gabriel o Pablo; ¿cómo está el negocio hoy, cuál es su visión de futuro?
GB: Tenemos una importante cartera de clientes; la mayoría de los barcos grandes los hacemos nosotros. Tenemos muchos clientes que nos piden reciclar todo el interior de sus barcos, siempre hablando de tapizados completos, cortinas, sillones y paneles. Los astilleros de embarcaciones chicas –lanchas- ya tienen sus propios sistemas, aunque sí hacemos muchas reparaciones y restilings.
B: Respecto de los cruceros… ¿los astilleros tienen sus propios estándares o permiten que ustedes interactúen con los propietarios a la hora de elegir?
PB: Mirá, depende el astillero. En general, tenemos charlas con los dueños pues todos quieren algo distinto, tanto en telas como en asientos, cueros, combinaciones, tipo de costuras etc. Y el astillero tiene bastante en que preocuparse debido a la cantidad de servicios y sistemas que deben instalarse a bordo. Nosotros hacemos todo el desarrollo interno si nos lo piden, sino hacemos los procesos standard que los astilleros nos confían. Es, en ambos casos, ardua y compleja tarea. Vemos formas, ergonomía, herrajes, densidades de los poliésteres, formato de asientos, respaldos, en fin, hacemos todo ese desarrollo y nos hicimos muy competitivos.
GB: Hemos desarrollado varios modelos de butaca para el timonel, asientos con movimientos para lanchas, productos aquí no existentes; trabajamos en las densidades de espumas y las hicimos inyectadas, junto con telas especiales, costuras vulcanizadas, etc. Importamos algunos materiales, pero en poca escala, pues nuestro mercado es chico. Hemos intentado desarrollar productos con tres empresas del rubro, para que mejoren la durabilidad, pues las telas son de exterior, y aún con inversión nuestra, importante, los materiales fallaron. En caso de funcionar, el volumen de venta es tan chico que a los fabricantes no les interesa producir para poca escala. Hemos hecho miles de metros de tela para exterior y ninguno cumplió con las exigencias que queremos.
PB: Hay cambios constantes en la evolución de los barcos: los leds, por ejemplo, cambiaron nuestro sistema de trabajo; los tableros ya no tienen relojes, tienen pantallas enormes, por ejemplo. Aquí hacemos los barcos acorde a los estándares propios de nuestro mercado y lo acondicionamos al gusto del propietario o del astillero. Trabajamos cada día para mejorar, aprender y hacer siempre algo diferente.
Así, las horas siguieron pasando, charlando de infinidad de temas que tiene un denominador común: esfuerzo, trabajo, amigos, personas que ya no están, otros que dejaron su huella, recuerdos en sintonía con nuestra náutica y a este oficio, que nos regala placer visual y confort a bordo. Francisco y sus hijos trabajan todos los días. Nunca se detienen. Los nietos aún están en la reserva, seguramente, mirando e imaginando desde sus tablets, cómo será el trabajo del mañana. Pero de lo que estoy seguro, que el legado de Francisco vino para quedarse.