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QUÉ VER EN SAO MIGUEL, LA ISLA MÁS VERDE Y ESPECTACULAR DE LAS AZORES

Conocida como la Isla Verde, la naturaleza salvaje y su orografía volcánica hacen de São Miguel una joya natural en la que perderse.

El verano pasado, las Azores contaron por primera vez con un vuelo directo entre Madrid y la isla de São Miguel, la más grande del archipiélago portugues. Una salvaje vegetación, gastronomía de producto local y una orografía volcánicahacen de este destino una escapada perfecta para el verano.

PASEAR POR UN VOLCÁN

Conocida como la Isla Verde, paradójicamente una de las vistas más cautivadoras de São Miguel llega con tintes azules. Arropado por escarpados mantos de flora salvaje descansan las calmadas aguas del Lagoa do Fogo (Lago de Fuego) en una caldera volcánica ocupando nada menos que 1.360 hectáreas.Aunque la mejor forma de disfrutar de las sinuosas formas de la laguna -con lenguas de vegetación incluidas- es desde la cima de los cerca de 900 metros que ofrece Pico da Barrosa, el verdadero atractivo de este punto turístico es la posibilidad de adentrarse en la caldera a través de los senderos naturales que descienden hasta su corazón, a 575 metros de altura.

Es Lagoa da Fogo el segundo lago más grande de la isla, solo superado por Lagoa das Sete Ciudades, pero el más reciente cuando de formación se habla. Ubicada en el corazón de la isla, en el municipio de Ribeira Grande, la balsa de agua se formó hace unos cinco mil años fruto de la erupción del hoy volcán extinto completamente cubierto de vegetación endémica. Cedros, laurel, sanguinho o brezo son algunos de los ejemplares que acompañan en este paseo hasta el agua.

AL CALOR DE LAS FUMAROLAS

El vecino volcán Furnas entró en erupción por última vez en 1630; sin embargo, cuatro siglos después en su caldera todavía el azufre y los vapores invaden los sentidos en forma de fumarolas o caldeiras. La tierra se abre para emanar temperaturas que hacen ebullir pequeñas lagunas de agua en donde los locales aprovechan para preparar el tradicional cozido. Pero antes de llenar el estómago en este paraje seco es recomendable sentir el calor que emana del subsuelo dándose un chapuzón. Porque en el mar esperan fuentes geotermales submarinas que, con la marea baja, permite sentir el ascenso del calor por los pies mientras el resto del cuerpo se mece en el océano Atlántico.

Un buen lugar para sentirlo es la vecina playa de Povoação, un pequeño pueblo ubicado a apenas 15 minutos de Furnas en el sur de la isla y poco concurrido donde el calor emerge en uno de los laterales al cobijo de un muro de piedras. Otras alternativas más conocidas son la vecina Praia do Fogo y las pozas termales de Caldeira Velha (en la imagen). Además de, por supuesto,

COMERSE UN COZIDO (CON Z)

El calor que emana del suelo azoriano no solo sirve para calentar el cuerpo, también el estómago. Como se decía previamente, las caldeiras de Furnas descansan en tierra firme formando un espectáculo de vapores que se puede recorrer. Pero si además se acude antes de la una de la tarde se podrá ver en primera persona la retirada de un tradicional guiso que se cocina en el subsuelo. Unos hoyos marcados con letreros señalan a quién pertenece la gran cazuela que, sin agua y tras estar enterrada durante seis-siete horas en las entrañas de la tierra y sometida a unos 90 grados, da lugar al cozido da Furnas, uno de los platos más típicos de la región.

Zanahoria, patata, batata, col, ñame, repollo y una selección de carne que incluye chorizo, morcilla además de medio pollo y ternera local son los ingredientes que no pueden faltar en esta delicia con cero grasas y un sabor intenso fruto de cocinarse a fuego lento en las entrañas del Volcán das Furnas y que puede probarse en la mayoría de los restaurantes de la zona. También existe la posibilidad de alquilar uno de los agujeros por el coste de tres euros para cocinar un cozido propio.

ENTRE MANANTIALES

Terminando con el poder calorífico de los suelos azorianos en Furnas es de obligada mención el conjunto de manantiales ubicados en pleno pueblo. De uso público, nada menos que 22 tipos de agua-de 27 que se han contabilizado en la isla- emanan a diferentes temperaturas y ofrecen minerales varios en unas fuentes de uso público. Unos coquetos azulejos portugueses recogen y marcan los diferentes nacimientos de agua, cada uno de los cuales tiene nombre propio y cualidades propia.

Hay ejemplares con arcilla para distribuirse en la piel, otros más sulforosos y hasta algunos de los que es posible beber y que aseguran beneficios medicinales, como el nascente da agua da Morangueira recomendado para piedras en el riñón. Eso sí, nunca está de más primero tantear el humeante chorro, pues hay alguno que regala temperaturas de hasta 99°C, como es el caso de Pêro Botelho, el manantial más caliente de la zona.

BAJO EL RUMOR DEL AGUA

El paraje abrupto de la isla es perfecto para los amantes del deporte. Empresas locales como Azores Adventure Islands ofrecen rutas en bicicleta o a pie y, por supuesto, deportes como barranquismo, con los que conocer recovecos mágicos de São Miguel como el Salto do Cabrito, en Ribeira Grande, o transportarse al mundo mágico que ofrece la Ruta del agua, un paseo circular de unos seis kilómetros y dificultad sencilla en el municipio de Lagoa.

EL SECRETO DE UN BUEN TÉ

Un paraje tan salvaje como este, ¿de qué se vive? La ganadería, además de por supuesto la pesca, fueron y siguen siendo los productos claves de superviencia de São Miguel. Sin embargo, hay un cultivo industrial que llegó a las Azores hace dos siglos y se ha convertido en uno de los productos más importantes de la región: el té.Se dice que la fábrica de Gorreana es la plantación más antigua de Europa. Fue en 1883 cuando las primeras semillas se plantaron en esta fábrica situada en Maia, en el municipio de Ribeira Grande. Cinco generaciones después la producción sigue a pleno rendimiento, produciendo cerca de 33 toneladas de té al año en opciones verdes y negras.

Manteniendo la misma metodología de trabajo tradicional que fue enseñada por dos maestros chinos, Lau-a-Pen y Lau-a-Teng, traídos a la isla precisamente para enseñar a los azorianos a trabajar ese producto llegado desde Brasil, São Miguel llegó a albergar más de una decena de plantaciones con fábrica propia. Hoy solo dos sobreviven -Gorreana y Porto Formoso- y la primera puede visitarse de forma gratuita mientras los trabajadores se encargan de secar, bobinar (enrollar la hoja) o empaquetar el producto que después se exporta a medio mundo.

CONTEMPLAR EL HORIZONTE

Como suele suceder en todo paraje abrupto no hay forma más mágica de descubrir sus formas y figuras que desde los picos más altos de sus montañas. La isla de São Miguel no es menos y en sus carreteras aparecen con frecuencia señales en las que se lee la palabra miradouro. Algunos de los más espectaculares en la zona de Furnas son el de Pico do Ferro –perfecto para enamorarse de la Caldeira desde 570 metros de altitud– o de Lombo dos Milhos –una joya donde el valle de un lago seco se abre hasta el municipio de Povoação.

Aunque si hay uno que enamora por encima de los demás es el bautizado como Salto del Caballo, donde la vista se abre hacia toda la zona sur de la isla.Por supuesto, en esta zona es también parada obligatoria las ya mencionadas vistas sobre el Lagoa do Fogo, siendo el mirador Pico da Barrosa un acierto seguro,siempre que no haya niebla, por supuesto. Dicho sea de paso, vecino suyo espera el P Bela Vista, un lugar que da la espalda al mencionado lago para abrirse hacia la costa.

Si se busca disfrutar del horizonte que se abre al oeste de la isla, el pueblo de Sete Cidades se erige como el punto a marcar en el mapa.En el trayecto hacia allí se encuentran el mirador Pico do Carvão, un balcón a 800 metros sobre el mar desde el que se observa la parte central de la isla, y la impresionante Boca do Inferno, donde una estrecha garganta de tierra avanza hasta el abismo del cráter Lagoa das Sete Ciudades, cuya doble laguna ofrece una de sus postales más icónicas desde el vecino Miradouro da Vista do Rei –el cual, obviamente, resulta uno de los más frecuentados. ¿Y al norte? El Miradouro Ponta do Cintrão se abre a la parte más escarpada de la isla con playas salvajes, prácticamente inaccesibles en muchos casos. Por supuesto, no hay isla sin lugar para disfrutar del atardecer y en San Miguel se encuentra en la localidad de Mosteiros.

EL HOTEL ESCONDIDO

La localidad de Furnas se erige como un punto de hospedaje perfecto para descubrir este São Miguel salvaje, pues sus aguas termales sin duda son la guinda del pastel perfecto para terminar la jornada. De hecho, aquellos que en vez de termas naturales prefieran darse un chapuzón en toda regla encontrarán en el spa del hotel Furnas Boutique dos piscinas con las mismas aguas medicinales que los vecinos manantiales mentados antes.

Abierto en el siglo XIX como un centro termal de lujo que después caería en el abandono, hoy este cuatro estrellas es una joya rehabilitada de corte moderno donde además del baño termal – al aire libre o climatizado – espera un restaurante de platos típicos donde, por supuesto, no falta el cozido. Es más, entre su cartera de experiencias se puede disfrutar de una clase de cocina completa que comienza yendo a comprar los ingredientes a una tienda local y termina recogiendo el resultado en las vecinas caldeiras para, por supuesto, degustarlo en su restaurante À Terra.

Vecino suyo espera otra plantación que también resultó clave en los negocios de las Azores: el Museo del Tabaco de la Maya. Recuperando los edificios de una antigua plantación, con secaderos incluidos, un moderno centro de interpretación permite aprender el proceso y la importancia que esta industria tuvo en siglos anteriores para los locales.

Como su nombre ya avanza, el elemento más fundamental para la vida humana es el protagonista del paseo. Sin embargo, no son las cascadas o los ríos los responsables del bautismo, sino los acueductos en piedra y musgo y unas grandes tuberías en caída libre que sirvieron y sirven para abastecer de agua natural a los vecinos de la isla. El rumor del agua descendiendo aún se percibe cuando se pasa cerca o incluso por encima de estas creaciones humanas. Porque el paseo es sencillo pero merece ir atento al agreste paraje apenas intervenido.

Un paraje al que, por cierto, se accede casi como por arte de magia. Si a Narnia se entraba por un armario, a la naturaleza salvaje de esta ruta del agua se llega a través de un túnel natural por el que toca agacharse de vez en cuando. Nadie diría que una verdadera selva espera al final de este recoveco al que se llega entre pastos desde la Casa da Água, punto de inicio de la ruta. El sol desaparece entonces para ceder el paso a un oasis de árboles que crece hacia el cielo y que conduce hasta puntos como la Janela do Inferno, una pared vertical donde el agua cae en forma de cascada y donde es posible darse un chapuzón antes de proseguir el camino.

barcos@barcosmagazine.com

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