Segunda parte, final (viene de Barcos Nº 212)
Por Hernán Luis Biasotti,
Autor de Claves para la Navegación Feliz, Del Plata a Sudáfrica solo y a vela pura, y otros libros didácticos y de relatos marineros.
El 13 de diciembre de 1939, unas ciento setenta millas al este de Punta del Este, el acorazado alemán Graf Spee se topó con una flotilla británica integrada por el crucero pesado Exeter, y los dos cruceros livianos Ajax y Achilles –éste último, neozelandés– y al amanecer el Spee abrió fuego dando así comienzo a la que dio en llamarse Batalla del Río de la Plata. Disparando simultáneamente contra los tres cruceros, averió seriamente al Exeter, que escorado y con muchas bajas se retiró hacia las islas Malvinas. El Ajax y el Achilles, también alcanzados por varios impactos, sin amilanarse acortaron distancia hasta tenerlo a tiro y le produjeron serios daños y bajas. El Spee se refugió en Montevideo, puerto neutral, donde no se le concedió suficiente tiempo para reparar las averías pero sí permiso para enterrar a sus 36 caídos. Los capitanes ingleses, que habían sido dejados en libertad al llegar a puerto, respondiendo caballerosamente al don de gentes del capitán alemán, concurrieron respetuosamente a la ceremonia fúnebre. En ella, Langsdorff saludó haciendo la venia; los burócratas nazis le reprocharon que no hiciera el saludo partidario del brazo extendido en alto. El capitán respondió que en sus veintisiete años de servicio en la armada siempre había hecho el saludo naval tradicional.
La flota inglesa envió a toda máquina varios cruceros, destructores y un portaaviones desde el Brasil y las Malvinas a bloquear la boca del Plata. El Spee no tenía chance de sobrevivir a un enfrentamiento tan desigual y regresar a su lejana patria. Presentando combate, seguramente hundiría más de una nave enemiga con la pérdida de miles de vidas de ambos bandos. Los restos del buque quedarían en aguas poco profundas con todos sus secretos técnicos militares a merced del enemigo. El capitán estaba entre la espada y la pared y tomó una decisión heroica. Consiguió de la Argentina asilo para su tripulación, que cruzó en los remolcadores Coloso, Gigante y la chata Chiriguana que vinieron a buscarlos desde Buenos Aires. Con la dotación mínima imprescindible, zarpó y fondeó en la posición que hoy marca la boya, lo minaron prolijamente y pasando a la lancha de servicio lo dinamitaron causando su destrucción total. El autohundimiento podría haber sido interpretado maliciosamente si no fuera porque el comandante no dejó lugar a dudas: después de asegurar el bienestar de todos sus hombres, el 20 de diciembre en su alojamiento del Arsenal Naval de Buenos Aires escribió una carta a su esposa y a su embajador. En ésa explicaba su piadosa decisión de evitar la inmolación de tantas vidas pero que por su honor y el de su patria el capitán no podía separar su propio destino del destino de la nave, acto seguido se suicidó de un tiro en la sien.
Su tumba está en el cementerio de La Chacarita. Tanto la comunidad germánica como la británica le rindieron homenaje en el entierro y lo repiten en cada aniversario desde entonces. En diciembre de 2019 se cumplieron ochenta años de la Batalla del Río de la Plata; concurrí al homenaje que en el Cementerio Alemán y en el Cementerio Británico le rindieron al capitán y a los caídos de ambos bandos los amigos y descendientes de las tripulaciones. Además de hijos y nietos de los marinos del Graf Spee vinieron de sus respectivos países ingleses, escoceses, neocelandeses y canadien-
ses integrando una delegación de cuarenta hijos y nietos de los tripulantes del Exeter, el Ajax y el Achilles. Después estuve en el almuerzo de camaradería en el Club Alemán de Gimnasia –DTV- de Olivos. En las mesas estábamos intercalados argentinos, alemanes y británicos, celebrando que hoy somos todos amigos. Al lado mío, junto a personajes destacados de la comunidad alemana, estaba sentado conversando, comiendo y brindando como el mejor, Ronnie Scott, un piloto veterano anglo-argentino de la Real Fuerza Aérea –RAF- de la Segunda Guerra Mundial, que tiene ¡102 años de edad!
El general retirado del Ejército Argentino, Enrique R. Dick, hijo del marinero del Spee Heinz Dick, presidía la entrega de recordatorios. Estuvo el intendente de una ciudad del Canadá que se llama Ajax en recuerdo de aquel buque, explicó que todas sus calles llevan el nombre de alguno de sus tripulantes, pero que hay una que se llama Langsdorff. Trajo dos réplicas tamaño natural de los letreros de esa calle y le obsequió una a Enrique R. Dick y otra a la Dra. Inge Langsdorff, médica, la hija del capitán. Ella y su marido vinieron especialmente desde Alemania. Ya han venido otras ve-
ces y cuando, hace cuatro décadas se cumplieron cuarenta años del combate, concurrieron delegaciones de tripulantes alemanes y británicos que se abrazaron fraternalmente. Es de destacar que ése fue el primer acto concreto de reconciliación en todo el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, un ejemplo para la humanidad.
Se han publicado muchos buenos libros sobre esta epopeya y su estela. Yo recomiendo Tras la Estela del Graf Spee, de Enrique R. Dick como muy bien documentado, interesante y profundo. También Langsdorff del Graf Spee, Príncipe de Honor, del periodista escocés-canadiense Joseph Gilbey, y Yo fui prisionero del Graf Spee, del capitán inglés Patrick Dove, cuyo buque Africa Shell fue hundido por el corsario cerca de Mozambique. Todos testimonian la hombría de bien de Langsdorff, su coraje y su integridad. La próxima vez que pasemos a la vista de la boya que señala el Graf Spee no nos faltará tema para meditar.
La Dra. Inge Langsdorff era una niñita de jardín de infantes en 1939. Fue muy emocionante poder darle la mano en la reunión del 80º Aniversario, estamparle un beso en la mejilla y decirle – Sra. Inge, para mí es un honor conocerla personalmente. Ω