PRIMERA PARTE
Por Hernán Luis Biasotti,
Autor de Claves para la Navegación Feliz, Del Plata al África Solo y a Vela Pura, y otros libros didácticos y de relatos marineros.
Cinco millas al sudoeste de la boca del Puerto de Montevideo, una boya luminosa de peligro aislado marca la posición del casco a pique Graf Spee. Está en la derrota más o menos elástica que seguimos todos los veleros y cruceros cuando vamos o volvemos de los clubes náuticos porteños a Montevideo o Punta del Este. Figura en las cartas náuticas y como prescribe la Asociación Internacional del Señalamiento Marítimo se reconoce de noche porque emite dos destellos de luz blanca cada diez segundos, y de día por el color de su casco a franjas negras y rojas horizontales con marca de tope de dos balones negros en línea vertical. No afloran restos pero como la profundidad del lugar es de siete a ocho metros y se trata de un acorazado alemán de doce mil toneladas de desplazamiento y ciento ochenta y ocho metros de eslora, es evidente que hay que esquivarlo y doy fe que el balizamiento a veces no es confiable.
Las circunstancias del naufragio están detalladas en archivos oficiales y en muchos libros y ensayos publicados en varios idiomas, además de la enorme cobertura periodística mundial que tuvieron los hechos en el momento en que sucedieron. Más allá de tanta información que puede consultarse en fuentes históricas y documentales, es un caso tan especial y nos toca tan de cerca a los navegantes rioplatenses que creo que vale la pena referirlo desde la perspectiva de mi experiencia personal.
Navegando de San Isidro a Punta del Este en el año 1971 en el Formentor, velero clase Alfa 25, al cruzar el Km. 4,7 del canal de acceso al puerto de Montevideo, pasamos junto a un buque hundido del cual asomaban dos mástiles y casillaje de chapa oxidada. –Es el acorazado alemán Graf Spi”– explicó uno de los de a bordo que creía que sabía lo que decía. Nadie lo puso en duda ni le corrigió la pronunciación, que se dice spe y no spi justamente porque es idioma alemán y no inglés. Tiempo después nos enteramos del error, lo que habíamos visto eran los restos del carguero Calpean Star, nada que ver. El acorazado había desaparecido hacía mucho tiempo bajo la superficie de aquellas aguas, a veces dulces a veces saladas. Mi próxima experiencia con el Spee pudo ser trágica pero tuve suerte: la noche del 4 de agosto de 1982, yendo de San Fernando a Río de Janeiro con mi velero Clipper Inés, casi lo embestimos. Cumplida mi guardia le había dejado el timón a los dos tripulantes que me acompañaban. Les indiqué que conservaran el rumbo, pero sin aviso ni permiso viraron mientras yo dormía. Al rato me llamaron alarmados, estaban pasando junto a una boya apagada y no sabían qué podía ser. Estaba demasiado oscuro para distinguir algo, miré hacia el faro del Cerro de Montevideo e inmediatamente lo supe –“¡Filen todas las escotas!” exclamé. Dejamos que el barco pasara lo más lentamente posible llevado por la corriente. No lo tocamos, de ser así podríamos habernos hundido. Y ya que lo nombré, vale comentar que más o menos por el año 2010 dejaron de verse los últimos vestigios que emergían del Calpean Star, también boyado como peligro aislado.
Esforzándome por resumir mucho esta historia diré que el acorazado, botado en 1934, había sido bautizado en honor del Admiral Graf Von Spee –Almirante Conde de Spee– héroe naval de la Primera Guerra Mundial. Era lo más nuevo en diseño y construcción, estaba equipado con cañones poderosísimos de gran alcance y con lanzatorpedos; contaba con radiocomunicaciones e instrumental óptico y electrónico de detección y cálculo de tiro muy avanzado y secreto. En vísperas de la guerra, el 21 de agosto de 1939 zarpó de Wilhelmshaven, puerto militar del Mar del Norte con una dotación total de 1155 tripulantes. Su capitán, Hans Langsdorff, de 45 años de edad era veterano condecorado en combate en la Primera Guerra, los oficiales eran jóvenes y el promedio de edad de los marineros era de 18 a 20 años de edad. Todos estaban perfectamente formados y entrenados en la escuela naval.
Tras la invasión de Polonia, el 3 de septiembre de 1939 Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. El buque, que ya estaba convenientemente situado en mar abierto actuó durante casi cuatro meses como corsario en el Atlántico Norte y Sur, y en el Índico Occidental. Patrullaba grandes áreas con un avioncito que se recogía con un guinche después de acuatizar. Detectado un mercante de bandera enemiga, el procedimiento consistía en detenerlo, desembarcar a la tripulación, reabastecerse en lo posible de sus provisiones y luego echarlo a pique para desabastecer al enemigo. En su campaña hizo diez presas y es notable que no se perdió ninguna vida. Periódicamente el Graf Spee tenía una cita en alta mar con el Altmark, buque que lo aprovisionaba de combustible y desembarcaba a las tripulaciones de los mercantes. Los capitanes quedaban a bordo y eran tratados respetuosamente como camaradas.
El 13 de diciembre de 1939, unas ciento setenta millas al este de Punta del Este, se topó con una flotilla británica integrada por el crucero pesado Exeter, y los dos cruceros livianos Ajax y Achilles –éste último, neozelandés– y al amanecer el Spee abrió fuego dando así comienzo a la que dio en llamarse Batalla del Río de la Plata.
Continúa en el próximo número