SEGUNDA PARTE – Por Guillermo Rodríguez
Son unos 1.200 hombres honrados, y 60 gallardos oficiales, y siete Consejeros a cargo del gobierno. Están en buena condición, y muy bien provistos con todo lo necesario, tanto como cualquier empresa de su tipo que partiera de Europa, que Dios los favorezca, y que tengan un venturoso desembarco.
Lord Basil Hamilton en el puerto de Leith (1698)
Durante el siglo XVI y hasta mediados del siglo siguiente, los escoceses tenían una bien ganada fama como constructores de barcos. No obstante, en la segunda mitad del siglo XVII la industria naval local entró en decadencia y a finales de ese siglo sólo una pequeña proporción de los buques utilizados por los mercaderes de Escocia se habían fabricado en el país. Por ello, la Compañía de Escocia –la compañía de comercio de ultramar creada por el Parlamento escocés en 1695– no tuvo en cuenta a los astilleros nacionales para la construcción de las grandes embarcaciones que los viajes de larga distancia a Asia, África y el Caribe requerían. En un principio, los directores de la Compañía consideraron la opción de fletar naves en el puerto de Londres. Pero a comienzos de 1696, la inglesa Compañía de las Indias Orientales –que no estaba dispuesta a compartir los beneficios del monopolio del tráfico transoceánico– presentó una petición ante el Parlamento para impedirlo y logró, además, que la Cámara de los Lores prohibiera a los astilleros de Inglaterra la fabricación de barcos para la Compañía de Escocia. Así, la Compañía se vio forzada a conseguir buques en los centros navieros de Amsterdam y Hamburgo. A mediados de 1696, la Compañía encomendó a dos representantes la tarea de comprar o encargar la construcción de cinco o seis embarcaciones de unas 600 toneladas “adecuadas para travesías a las Indias Orientales”. También debían ocuparse de la adquisición de tres o cuatro naves más pequeñas, de unas 200 a 400 toneladas. El comité de dirección de la Compañía había decidido crear una flota de diez barcos.
En Amsterdam, los emisarios escoceses compraron el St. Francis –un navío con 44 cañones que fue renombrado Union (y luego Unicorn)– y mandaron fabricar un buque de 40 metros de eslora, el Rising Sun. Y en Hamburgo acordaron la construcción de cuatro embarcaciones, de las que se terminaron sólo dos: Caledonia, de 600 toneladas y 56 cañones, e Instauration (más tarde renombrado St. Andrew), de 350 toneladas. En octubre de 1697, la Compañía de Escocia aprobó el proyecto del mercader escocés William Paterson de fundar una colonia en la región del golfo de Darién, en el Caribe. Un mes después, el Consejo General de la Compañía resolvió que la primera expedición estaría compuesta por tres naves armadas, dos barcos de suministros y 900 hombres. Los buques de suministros eran dos embarcaciones adquiridas por los delegados de la Compañía: el Dolphin y el Endeavour. El plan original consideraba el envío de seis navíos armados pero la falta de fondos obligó a la Compañía a reducir la escuadra: la misma razón por la que no se había completado la fabricación del Rising Sun y los otros dos barcos encargados en Hamburgo. A mediados de 1698, la flota estaba lista para partir desde el puerto de Leith, junto a la ciudad de Edimburgo. El directorio de la Compañía dispuso que el gobierno del futuro asentamiento estuviera dirigido por un Consejo de siete miembros en vez de una autoridad unipersonal como un gobernador. Los Consejeros serían secundados en la administración de la colonia por un cuerpo militar compuesto por 58 oficiales. La Compañía de Escocia hizo los nombramientos correspondientes y los designados se incorporaron al pasaje como “caballeros voluntarios”. Para suplir la escasez de marineros alistados, los enrolados recibían un mes de sueldo por adelantado. Sin embargo, abundaban quienes deseaban viajar como colonos. Tantos que las naves de la primera expedición transportaron más voluntarios que la cantidad prevista por la Compañía. La mayoría de ellos eran escoceses, aunque también los había de otras nacionalidades, incluso algunos ingleses. Al final, la escuadra –formada por el Unicorn, Caledonia, St. Andrew, Dolphin y Endeavour– al mando del capitán Robert Pennecuik zarpó en julio de 1698, según la descripción de un testigo, “con toda la ciudad de Edimburgo apiñada en Leith para ver la colonia partir, entre lágrimas, plegarias y felicitaciones”.
La Compañía había resuelto que el destino final de la expedición se mantuviera en secreto. Para evitar el canal de la Mancha (y el paso de la flota frente a las costas de Inglaterra), la escuadra se dirigió hacia el mar del Norte para rodear el extremo septentrional de Escocia y alcanzar el océano Atlántico. A poco de zarpar, la niebla presente en la zona hizo que los buques se dispersaran y perdieran contacto. Las instrucciones de la Compañía eran que en caso de separación el punto de encuentro acordado sería las islas Madeira (400 kilómetros al norte de las islas Canarias). A mediados de agosto, el Endeavour fue la primera embarcación en fondear en el archipiélago. Una vez que la flota volvió a reunirse, el capitán Pennecuik puso proa hacia América a comienzos de septiembre. Tras cuatro semanas de navegación, la escuadra arribó al mar Caribe. Pennecuik envió a William Paterson –que integraba la expedición como colono– a bordo del Unicorn a la isla de Saint Thomas (una posesión danesa en las islas Vírgenes) para que buscara un piloto local. El resto de la flota marchó hacia la isla de Vieques (al sureste de la isla de Puerto Rico). Los escoceses pretendían tomar posesión de la isla a pesar de la cercanía de los españoles en Puerto Rico. A comienzos de octubre, Paterson atracó en Vieques con el piloto solicitado por el comandante de la expedición. El timonel afirmaba ser un antiguo corsario y conocer bien la región. Enseguida, Pennecuik dejó un centinela en la isla y partió hacia el golfo de Darién. Los hombres de la Compañía de Escocia alcanzaron el litoral del Darién a finales de octubre y fueron recibidos, en palabras de Pennecuik, por “canoas con indígenas a bordo, libres y para nada tímidos”.
(Continuará).