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LA TONADA URUGUAYA

LAS GRANDES CASUALIDADES VII

Por Hernán Luis Biasotti, 
Autor de Claves para la Navegación Feliz, y libros didácticos y de relatos marineros.

Algunas casualidades sorprenden no solamente por lo improbable del suceso sino porque el darse cuenta de tal evento constituye otra casualidad en sí misma. Por ejemplo, oí contar que una vez en una ciudad europea dos argentinos que no se conocían estaban haciendo cola ante una cabina de teléfono público (no sé si los centennials sabrán qué es un teléfono público pero apuesto a que la mayoría de los lectores conocieron esos aparatos que funcionaban poniéndoles monedas). Oí contar, decía, que dos argentinos desconocidos estaban parados en la misma cola de teléfono en un país extranjero; eso no hubiera sido gran cosa ¿no? Pero si esos individuos de una ciudad de varios millones de habitantes usaran los mismos zapatos y además lo notaran, ya sería por lo menos digno de mención. Ciertos mocasines de cuero muy elegantes eran novedad y estaban de gran moda por aquellos años. El de atrás, sin decir “agua va”, le espetó al de adelante –¿Son de Guido? El otro fijó la vista en el calzado del de atrás y le contestó –Sí, se ve que los compramos en la misma zapatería.

Pero esos mocasines no eran náuticos, así que dejemos aquello y vamos a lo nuestro que acá tratamos de cosas que tienen que ver con la navegación. Llevando un velero de 50 pies con mi tripulante, el Pez Volador, llegamos una noche a Saint Vincent, una de aquellas islas del Arco Antillano que conforma junto con otras islas menores la República de St. Vincent y las Granadinas. Veníamos sin tregua desde Fortaleza, en Brasil, haciendo una decena de singladuras extraordinarias, algunas de más de doscientas millas, una barbaridad para un velero que era de crucero rápido pero no de regata. Entramos en la marina que era nuestro puerto de destino y tomamos amarra decididos a celebrar con un trago en tierra firme. Pero aquella marina no tenía bar, o quizás a esa hora estaba cerrado, no recuerdo, en los lugares de hábitos británicos después de las cinco de la tarde generalmente cierra todo y no quedan ni las ratas. Entonces salimos a estirar las piernas y a ver si en los alrededores había bares o almacenes o algún hotel, o un mercado.

Nada a la vista, solamente una ruta o camino con banquina de césped, orlado de selva tropical. Muchas marinas son una especie de gueto náutico, enclaves aislados en medio de la nada, lejos de todo cuando uno anda a pie como sucede generalmente por lo menos el primer día del arribo a puerto. ¿Hacia qué lado buscar? Daba lo mismo, apostamos hacia la izquierda para ir caminando por el césped sin cruzar la ruta. A los diez minutos nos cruzamos con un muchacho de unos veinte años de edad y cara de persona civilizada que venía caminando en sentido contrario. Lo saludamos en inglés –idioma oficial de la isla– y le pregunté si podía indicarnos dónde tomar una cerveza. –Sí –me contestó, por supuesto en el mismo idioma– Sigan caminando derecho unos cinco minutos, sobre la izquierda van a ver unas canchas de tenis donde hay un barcito abierto. No vayan más lejos, es lo único que hay.

Yo lo escuché con atención, me quedé un instante sopesando sus palabras que sonaban como si fuera un payador recitando en la lengua de Shakespeare, y le dije –“Thank you very much”, y en castellano agregué: 

– ¿Pero vos de dónde sos?

– Uruguayo –contestó muy sorprendido– ¿Pero cómo te diste cuenta?

– Porque nosotros somos argentinos ¡Te saqué por la tonada oriental, hermano, se te nota a la legua que sos uruguayo! 

Le contamos que acabábamos de llegar navegando y resultó que ese muchacho y dos compatriotas suyos que se alojaban juntos en un departamento por allí cerca eran surfistas por deporte y cocineros de profesión. Estaban trabajando en un hotel, uno de “chef de cuisine” y los otros como sus ayudantes de cocina. Se habían hecho amigos de gente española, dos chicas y un muchacho, de un velero que amarraba en la misma marina que nosotros y que habían venido navegando desde España en un velero fletado por una universidad de España para hacer estudios de biología marina. Él, justamente estaba yendo a llamarlos para reunirse en el lugar que nos recomendó. 

En resumidas cuentas, esa misma noche celebramos nuestro arribo brindando con todos ellos en el barcito aquel. Los días que paramos en St. Vincent los pasamos reuniéndonos alegremente en su barco o en el nuestro y uno de los muchachos se convirtió en nuestro tripulante en otra etapa de la navegación ¡Lo que son las casualidades! Ω

barcos@barcosmagazine.com

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