Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
MN32057 MP93880
Cel 1140234163
Un clásico: especie de brecha que en tanto divide, da un lugar y alivia pero también nos detiene en falsas contradicciones: hombres que navegan, ¿mujeres que no?
En la actualidad numerosas mujeres ya sea en la náutica deportiva, en la marina mercante, en la Armada argentina integrando la defensa de nuestro mar, y en otras tantas prácticas se dedican a esta actividad destacándose contra vientos y mareas discursivas.
Nacimos en un mundo que habla a través nuestro desde múltiples discursos, el patriarcal y el psicoanalítico entre otros. Afortunadamente contamos con la posibilidad de cuestionar y elaborar estos discursos para poder hacer un mundo más deseante y próspero.
La náutica ha sido tomada por toda clase de supersticiones respecto de las mujeres portadoras de malos augurios a la hora de embarcar.
Las prendas interiores femeninas son la última opción ante una fuerte tormenta en el mar, cuando los acontecimientos climáticos fuertes no cesan. Colgar en el mástil principal una vedetina de mujer asegura una mejora del temporal, refirió a Infobae el Comandante del barco Drummond Daniel Marcelo Jara, comentó que su tripulación una vez utilizó este recurso y en cuestión de horas la tormenta se disipó.
Las supersticiones son formas sintomáticas que nos surgen cuando tenemos que hacer frente a situaciones que escapan a nuestro control, y lo femenino asume allí su lugar de misterio.
El poder del discurso patriarcal que habita en nosotros, nos lleva a veces a aceptar como natural, menor paga por un puesto de igual responsabilidad que un hombre, ser las primeras en levantarnos de la mesa a lavar los platos o, que sean ellos los que embarquen.
¿Qué podemos decir acerca de esta extra-
vagante superstición desde el psicoanálisis?
El psicoanálisis estudia lo femenino en lo masculino y lo masculino de lo femenino; aspectos fundantes de la constitución subjetiva que apuntan al desarrollo de la potencia del deseo humano.
El varón para asegurar su potencia fálica y viril, posición que le permite tomar sus decisiones cuando la tormenta arrecia, se aleja de su parte femenina y recurre desde su misma masculinidad a servirse de algún trazo de la mujer, en este caso su ropa interior. El encuentro con lo real y abrupto de la naturaleza en la tormenta, como el encuentro con lo real de la diferencia que el otro sexo trae, necesario para una vida saludable, supone un encuentro con lo intangible que quizás produce efectos en la soledad de la que estamos habitados.
La tormenta está afuera, pero el peligro de ser tomado por ella se ubica adentro, como ocurre con lo femenino. Es desde esa soledad que producimos objetos protectores, muletos que expresan lo que no puede decirse, como dice Wittgenstein “Lo que no puede decirse, se muestra” 1