Así llama la OMS a los fenómenos de irritabilidad, aburrimiento, depresión y miedos que nos atraviesan estos días.
Pensando en los modos en que las personas nos las arreglamos para salir de estos estados, me encontré con un fragmento de Sol Seoane de su obra “Globalisiados”, que dice más o menos así, “Cuando vuelva, cuando vuelva la vida no voy a mirar pantallas nunca más. Todo va a ser cara a cara, frente a frente, face to face, cuando vuelva la vida voy a salir a revolcarme en las góndolas de las farmacias. ¡Voy a chupar!, a chupar toda clase de latas, botellas y envases de los supermercados. Voy a tomar agua del cordón de la vereda. Voy a ir a restoranes a comer, y voy a comer con la mano, con las dos manos!. Después voy a ir al subte y hacer pogo como una rockstar y ahí vamos a formar la cooperativa Covida…”.
Servirnos del humor como herramienta para los desencuentros de la vida es una manera de elaborar aquello que llevamos dentro y desconocemos. Aquellos pensamientos y sentimientos hostiles a quienes amamos son liberados en el chiste, así como las tendencias eróticas en los chistes verdes. Todo aquello que nos resulta intolerable a la conciencia es reprimido bajo una censura liberada en los sueños, chistes, lapsus, actos fallidos y síntomas. Son formas de relacionarnos con nosotros mismos de las que la conciencia nada sabe, como decía Freud en El chiste y su relación con lo inconsciente, en 1905.
En 1938 Freud recibe una visita de la Gestapo en su casa de Viena, los hombres requisaron la vivienda y se llevaron todo el dinero de la caja fuerte del viejo psicoanalista. De cara a este asalto, su único comentario fue: “Ni yo mismo he cobrado nunca semejante suma por una visita domiciliaria!”.
Los chistes tienen una función psíquica y social, afectan los pensamientos y los cuerpos, liberando tensiones que nos pueden llevar a producir síntomas más molestos y duraderos. El chiste hace existir al otro afectando lazos y revitalizándolos con el advenimiento de nuevos decires. Burlan esa censura del Súper Yo, ahorrando la presión constante de la represión y nos provocan placer, desplazando palabras de un sentido a otro o condensándolas, como en la metáfora poética.
Cuando hay una desgracia o una situación poco elaborable que nos cuesta aceptar dentro de lo humano solemos producir chistes, como el condenado que sería llevado a la horca y dice, “Bonita manera de comenzar la semana!”.
El humor es un gran despertador, un contrabandista hábil que nos facilita sacar aquello que llevamos dentro sin saberlo, como aquellas identificaciones imaginarias con las que nos damos esa consistencia de andar por la vida tan tensos y rígidos, restándonos espontaneidad. Esas imposturas que caen estrepitosamente en el resbalón cómico del blooper, del payaso o la torpeza infantil. Identificaciones que se desbaratan aunque sea por un instante afortunado, dando lugar al encuentro con lo risueño y más humano.
A la fatiga pandémica, pongámosle onda.
Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
cecilia.lavalle@gmail.com