El desamparo es la situación originaria del ser humano, de soledad y dependencia absoluta, de encuentro con un otro, que pueda recibirnos al nacer sin el cual no podríamos sobrevivir.
De ese encuentro surge un mundo humano, un mundo de lenguaje que da lugar a una íntima relación con las palabras y la circulación de deseos.
Aquel mítico y originario sentimiento deja una huella que sobreviene cuando uno está solo con la expectativa de un auxilio que no llega.
Cuando somos niños contamos con el amparo de unos padres omnipotentes, omnisapientes y omnipresentes, creemos que siempre estarán allí para cuidarnos.
Luego, cada vez que busquemos un auxilio, esas huellas nos guiarán el camino de vuelta a casa como las miguitas de Hansel y Gretel.
Padres, dioses, superhéroes, reyes magos y ciencia han ocupado ese lugar de aquellos que saben y pueden, pero ninguno sabe de esta peste. Caen esos otros del lugar de garantes del saber y el poder y caemos nosotros en el desamparo. Cada uno lo vive a su modo, niños que habían alcanzado un crecimiento integrándose a espacios de mayor independencia, son confinados a sus hogares a salvo de la pandemia, distanciados físicamente de sus pares.
Jóvenes que proyectaban salir a estudiar o a trabajar vuelven a casa de los padres, interrumpiendo sus proyectos de vida.
Sabemos por experiencia de la clínica y de la vida, que el amparo excesivo tiene un precio por el que terminan pagando padres e hijos. Los hijos tendrán menos viento para desplegar sus velas y los padres se privarán de verlos realizándose en sus anhelos.
Proliferan nuestros síntomas como intentos de ceñir el sufrimiento, respondiendo como podemos y no como queremos, nos deprimimos, nos perseguimos, nos encerramos fóbicamente, negamos, nos olvidamos de cuidarnos y volvemos a salir.
El destino del desamparo puede ser creativo o funesto, por eso es importante tomar esta inédita contingencia como posibilidad de crecimiento y aprendizaje. En el camino habrá quienes vuelvan a la casa de las palabras y encuentren un psicoanálisis, que les permitirá lograr estar solos sin quedar en el desamparo.
La caída de aquellos que sabían y podían nos confronta con un sentimiento de soledad real, pero a la vez nos devuelve una potencia creadora mucho más singular y propia que surgirá de ese espacio vacío.
Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista