“Traduttore, traditore”, dicen los italianos, o sea “traductor, traidor”. Así, en dos palabras, este proverbio ilustra crudamente lo que suele pasar cuando se pone algo en un idioma diferente del original. Vale sobre todo si se trata de poesía o música, porque es necesario respetar la métrica y la acentuación de su cadencia. El traductor no tiene más remedio que tomarse la licencia de alterar el significado textual para mantener la gracia y el sentimiento del tema, es decir todo su espíritu. El arte está en cambiar poco, en ser lo más fiel posible a la letra original.
Esta composición alemana, archipopular, se canta en cualquier reunión divertida en tierra o a bordo. Me trae lindos recuerdos de la infancia porque era uno de los temas preferidos de mi padre, que la tocaba de oído en acordeón con un desenfado y entusiasmo que contagiaba alegría.