De triunfos y derrotas
De eso se trata. Ganar y perder son los movimientos intrínsecos de la vida.
Nacemos con una pulsión agresiva necesaria para abrirnos paso, mientras por la vía del amor y la palabra la vamos atemperando para hacernos un lugar y llegar a ser sujetos más potentes y deseantes.
Estos movimientos albergan conflictos porque antes de llegar a preguntarnos quiénes somos, hay un Otro que en el mejor de los casos nos espera, diciéndonos: “Vos sos Ese”.
El conflicto está entre lo que queremos y lo que podemos, entre lo que estamos dispuestos a perder y lo que no. Fundamentalmente lo que no queremos perder es el amor del otro, porque no hay uno sin otro, un Otro que nos ampara pero también nos priva. Y lo escribimos con mayúscula porque no se trata de un otro cualquiera, sino uno significativo que nos introduce en un mundo simbolizado.
Por la vía de la palabra, entre ritmos y juegos se irá elaborando la medida que cada sujeto humano tendrá de la ganancia y de la pérdida, regulando las emociones frente al triunfo y la derrota. La vida adulta requiere tener estas situaciones bastante elaboradas, y aunque a veces se pretenda sofocar las emociones conflictivas con el trabajo adaptativo y moralizante, la humanidad se hace oír sintomáticamente, como olla de agua hirviendo que desbordante hace saltar su tapa.
Cuántas veces naturalizamos lo insoportable que se nos puede volver un triunfo, como si fuera demasiado bueno para ser cierto, y lo dejamos pasar sin atrevernos a transitar la angustia que nos podría provocar obtenerlo.
Freud ilustra estas vicisitudes en un texto de 1916, llamado “Los que fracasan al triunfar” que invito a leer por lo exquisito de su pluma y por su clara transmisión. En él narra la historia de un joven profesor universitario que anhelaba ser sucesor de su maestro, quien lo había introducido en la ciencia. Ante el retiro del viejo profesor, sus compañeros le comunicaron que él había sido el elegido para sucederlo. El discípulo se intimidó, empequeñeció sus méritos y le sobrevino una enfermedad que le impidió sostener ese lugar para el que tanto se había preparado.
Este y otros ejemplos como Macbeth de Shakespeare y La Casa de Rosmer de H. Ibsen, narrados por Freud en este ensayo, permiten comprender la motivación profunda de estos casos que se extienden a la actividad humana en general y nos llevan a pensar cuántas veces ante un triunfo o un logro muy anhelado, en lugar de alegría y satisfacción, sobrevienen la culpa, la angustia y los síntomas.
Freud nos explica, cómo ocupar el lugar del sucesor se equipara a la fantasía edípica infantil de que uno de sus progenitores se vaya, muera o desaparezca para ocupar su lugar. Esta fantasía luego reprimida, despierta una culpa que es estructural en los seres humanos, y con el advenimiento de la conciencia moral, la culpa se ve reforzada y surge el sentimiento de deuda.
Es de esperar que esta deuda simbólica la paguemos haciendo algo nuevo y distinto con nuestra vida, y aunque a veces el fruto de nuestra ambición nos hace sentir más fracasados que triunfadores, nos queda poder iluminar estos aspectos penosos para poder servirnos más y mejor del gran banquete de estar vivos.
Freud, Sigmund. “Los que fracasan al triunfar”, (1916)
Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
cecilia.lavalle@gmail.com