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La Transitoriedad

La Transitoriedad es un bellísimo texto escrito por Freud durante la primera guerra mundial, en el que rememora un paseo por la campiña junto al joven poeta Rilke y otro, al que curiosamente llama «un joven taciturno». Según cuentan, éste habría sido Lou Andreas Salomé, escritora y psicoanalista rusa que enamoró y rechazó a Nietzche varias veces, angustiándolo e inspirándolo a producir alguna de sus grandiosas obras.

Durante el paseo por la campiña, el joven poeta Rilke afirmaba que toda esa belleza de la naturaleza era transitoria y desaparecería con el suceder de las estaciones, por eso la consideraba carente de valor; mientras «el joven taciturno» asumía una posición de rebeldía creyéndola eterna e imposible de desaparecer, como todo lo bello y perfecto.

Freud disentía con el pesimista poeta, argumentando que aunque lo bello fuera transitorio, no merecía su desvalorización. Pensaba que la transitoriedad es lo que le da valor.

A la hermosura del cuerpo y el rostro humano, los vemos desaparecer para siempre dentro de nuestra propia vida. El valor de lo bello y perfecto de la naturaleza, las producciones intelectuales y obras de arte, consiste en lo que nos hacen sentir, y por lo tanto es independiente de su permanencia en el tiempo. Freud pensaba que su argumento era irrefutable, aunque éste no causó impresión alguna en sus compañeros.

Ésto lo llevó a pensar que había algo afectivo, una especie de rebeldía del alma contra el duelo, que a sus amigos les enturbiaba el juicio y la posibilidad de gozar de lo bello.

Estos dos personajes nos permiten plantearnos qué postura tomamos frente a la pandemia.

¿Será que el tránsito por la pandemia nos genera rebeldía como al poeta y nos enturbia el juicio? ¿Es por eso que a veces rehusamos habitar vitalmente este tiempo de espera?

¿O nos pasa como al «joven taciturno» que juzga imposible la transitoriedad de nuestras vidas, negando los cuidados que ésta nos exige?

Rebelarnos, negar, desoír, o salir corriendo de la realidad, implica el rechazo del duelo, que exige un tiempo de espera que posibilita escuchar lo nuevo que pueda surgir en nosotros mismos.

¿Por qué este proceso suele ser tan doloroso? La capacidad de amar se encuentra limitada a los modos y costumbres de la vida cotidiana. Aferrarnos a lo conocido, frente a los avatares producidos por la pandemia, implicaría un rechazo de la nueva realidad, y por lo tanto un rechazo del duelo.

Un año después de la caminata por la campiña, la guerra robó al mundo sus bellezas, comarcas, obras de arte, y quebrantó el orgullo sentido por los logros de la cultura, el respeto por pensadores y artistas, y la esperanza de que finalmente se superaría la brecha entre pueblos y razas. Puso al descubierto la destructividad de la condición humana, la destructividad de su mundo interior que se creía dominada por la educación. La devastación producida por la guerra, empequeñeció su patria e hizo que otra vez el mundo fuera ancho y ajeno. Arrebató aquello que tanto habían amado y puso de manifiesto la caducidad de muchas de las cosas que se creían eternas.

 

Por doloroso que resulte, el duelo se extingue de manera espontánea. Cuando se termina de renunciar a todo lo perdido, el dolor se consume a sí mismo y nuestra capacidad de amar queda liberada y disponible para tomar nuevos objetos que ya estaban ahí, pero no estábamos disponibles anímicamente para verlos y poder tomarlos. Nuevos objetos que serán en lo posible, tanto o más apreciables.

Cabe esperar, decía Freud, que con las pérdidas de esta guerra, tan pronto se supere el duelo, comprobaremos que nuestro aprecio por la cultura no será menor por la experiencia de su fragilidad, al contrario, construiremos todo de nuevo sobre una base más sólida y duradera. Lo mismo ocurriría con las pérdidas producidas por nuestro aislamiento, en la medida en que podamos dar lugar al duelo.

La pregunta es: lo que perdimos cada quién con la cuarentena… ¿pereció o no? Si deponemos la rebeldía y aceptamos el dolor que nos causa, dándonos un tiempo para preguntarnos qué perdimos con lo que perdimos y qué representa para nosotros, nos sorprenderá una vitalidad renovada disponible para disfrutar de un porvenir incierto y renovador.

Cecilia Lavalle.
Psicoanalista
cecilia.lavalle@gmail.com

barcos@barcosmagazine.com

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