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Tres generaciones con las mismas RPM

Piercamilli es, en nuestro ambiente, un apellido reconocido por trayectoria y querido por sus pares. Su éxito no es casual: es, como otras historias de vida, un enorme bagaje de esfuerzo, trabajo y sacrificio que, a través de los años, se fue consolidando en una marca, un producto y una empresa, que lidera mercado y sigue creciendo. Tal vez, el secreto es que en su tercera generación, cada integrante de esta familia sigue trabajando de igual a igual, sin pausa ni recreo, con las mismas RPM que le impuso su fundador, Don Ernesto Piercamilli; una historia que merece ser contada.

Texto y Fotos: G. Revel / G. Dalprá

Pido otra licencia especial a todos los lectores. Sentí la imperiosa necesidad de entrevistar a esta gran familia, con la que tengo el placer de tener una gran amistad, gratitud, afinidad y simpatía. He sido testigo presencial  de gran parte de esta historia, ergo, deberé apelar a mi experiencia y memoria para resumir de esta extensa entrevista, lo realizado por tres generaciones de motonautas de estirpe, de los que saben y aman su trabajo, y donde la pasión por las embarcaciones, los motores, las regatas y los autos superan lo imaginable. Ernesto Piercamilli, con sus vitales 85 años, asiste al astillero diariamente. Es el primero en llegar, y puntualmente, ingresa Pablo, su hijo menor, y sus dos nietos Juan Pablo y Nicolás; Claudio, su hijo mayor, antes de iniciar su jornada entre oficina, representantes, proveedores y demás, pasa siempre por el astillero, como rito familiar, para consensuar la producción junto a su hermano y sobrinos, y hablar de todas las novedades y proyectos. El astillero Promarine S.A es, desde hace años, un referente principal en embarcaciones deportivas. Sus modelos están diseminados por todo el país, de norte a sur, y la marca mantiene generosamente su calidad y buen nombre.

Barcos: ¿Ernesto, cuándo empezaste con el astillero? ¿Venía de tradición náutica?

Ernesto Piercamilli: No.  No la tenía. Mi primer trabajo fue luego de salir del colegio de Artes y Oficios Don Orione; en esa época, buscaban aprendices para fábricas chicas,  y un señor, a la salida del colegio, me ofreció fabricar botes y remos, sabiendo que mi oficio era –y es- carpintero. Fuimos hasta la calle Montes de Oca y Bocalandro –yo lo seguía en bicicleta- y empecé a trabajar haciendo justamente eso: botes en madera tinglados y remos. Allí trabajé desde los 16 a los 19 años, donde tuve que hacer por 26 meses la conscripción, en Marina, justo en el medio la Revolución de 1955. Al terminar el servicio militar, quien me había dado trabajo inicialmente me volvió a buscar para seguir trabajando, pero le dije que no, que quería hacer mi propio taller. Mi papá tenía unos ahorros para hacer su casa, la que nunca pudo hacerse, pues la inflación no le permitía nunca llegar a concretarla. Eran $ 1.500: todos los ahorros de su vida, y me los prestó para que yo me iniciara. Entonces compré unas chapas y un poco de madera, y me hice un pequeño galpón en el fondo de la casa de mi abuela, donde pagaba un peso por mes, sólo por una bombita de luz que tenía. Allí comencé a hacer botes y remos, como los que había hecho inicialmente. En un mes le devolví todo el ahorro que mi padre había logrado en su vida y generosamente me había prestado. Hice un bote, lo saqué a la calle y lo vendí, luego hice otros dos y con eso iba creciendo en trabajo, herramientas –que no eran demasiadas-, y materiales. Recuerdo el lugar del taller: Jose C. Paz 825, Puente Lima, Tigre. Compraba los tablones y los traía en bicicleta.

B: Ya estabas en camino, establecido y dentro del ambiente, pero, ¿cómo seguiste avanzando?

EP: Yo tenía un amigo, Botessi, que tenía astillero  y fuera de hora le hacía algunos trabajos, tales como rumbos, reparaba cabinas en madera, cambiaba la lona a los techos etc. También le trabajé mucho tiempo a los hermanos Canestrari, a Pepe y Ernesto; es más, con un gran trabajo que ellos me dieron para hacer me compré mi primer coche, un Valiant 3, modelo 68. Siempre, además de lo mío, tomaba trabajos de terceros. Hasta que un día tomé un trabajo muy grande en el YCA;  era precisamente, la reparación de un yate de Pereyra Iraola, empresario de esos años, empezando a cambiar las tablas podridas del fondo. Cuando empiezo a hacer el trabajo –tenía 22 años- me di cuenta de que eso me superaba, no estaba canchero para hacerlo, pero tenía unas ganas de trabajar increíbles. Al ver que el trabajo era demasiado grande, y habiéndome criado en un colegio de curas -aún conservo el valor de la palabra y respetar los tiempos-, decidí pedir ayuda. Encuentro a alguien, le ofrezco compartir el trabajo, uno en cada banda del barco. Le mostré el presupuesto y lo compartiríamos de acuerdo a los metros que realizaba cada uno. Así fue. Nos complementamos y con bastante rapidez pudimos terminar el trabajo, y cobramos cuatro millones y pico: una fortuna. Corría el año 59, y quien fue mi ocasional socio me propone trabajar juntos. Dividimos el dinero de una forma distinta, ya que yo estaba por casarme, y con el resto hicimos un galpón.  Así fue, aún existe. Empezamos a trabajar por cuatro años, trabajos que no sólo eran de náutica: hicimos los 14 pisos del Sanatorio Charcas, de la calle Alvear –quirófanos, muebles, todo-, ganamos un concurso para la Laguna Chis Chis, por 30 botes, Oficinas de Automotores Chevallier, casas particulares y mucho más… pero un buen día la sociedad se terminó de mala manera. Temas que uno a esta altura ya superó y lo cuento como anécdota. Sin demasiado horizonte claro, muy desconcertado y algo decepcionado, me compré un terreno y empecé a hacerme la casa, la que vos conocés. Estaba sin trabajo, y hacer mi casa, de alguna manera, me ocupaba y me daba fuerzas para saber cómo seguir. Otro gran amigo, Queco –el de las grúas- fue quien se enteró de mi problema. Entre él y otros, me hicieron el cemento de toda la esquina; yo no tenía demasiado dinero, es más, en mi sociedad anterior nunca había manejado la caja y la contabilidad. Estaba en ese momento… endeudado y sin trabajo. De a poco, tal como cuando empecé, volví a realizar trabajos en forma individual y me recuperé de nuevo. Tenía trabajos en el centro y aquí, pero, cuando estaba en un lado, quienes sub contrataba no trabajaban en otro, y viceversa; también seguí trabajando en Canestrari, haciendo al Avan 550. Pero yo sentía que era momento de reinventarse, como dicen ahora; en ese mismo astillero comencé a ver el negocio de la madera iniciaba su declive y aparecía un material donde la mano de obra del hombre era importante, pero era más simple y más fácil. Empezaba la era del plástico.

B: Hablamos de los años 70…

EP: Sí, entre el 72 y 73, tal vez… comencé a trabajar en plástico reforzado con fibra de vidrio, como hasta hoy. Y mi primer lancha fue una lancha de carrera: PRP  –Piercamilli, Rodriguez, Paladini-; por esos años, la motonáutica de competición era increíble: las marcas se jugaban todo en las regatas, y a mí me apasionaba verlas, y quise participar.

B: Hablame de tu primer regata….

EP: Fueron las Dos Horas del Delta Argentino; yo hice una lancha en plástico, pero hice el tablero de madera. Canestrari me presta un motor fuera de borda de 30 hp. A los 1000 mts de la largada, se me cae el tablero, que estaba prolijamente atornillado pero no plastificado, y a la segunda volada se desmontó, quedando suelto. Entonces hice pasar el acompañante que tenía atrás y con el pie izquierdo de él y el derecho mío, aguantábamos en forma precaria el tablero. Acelerábamos a fondo como podíamos y en verdad, para esos años, íbamos volando. Llegamos en tercer lugar. Otro gran recuerdo –y no sigo sino te tomo todo el día- fue un Gran Premio a Rosario, porque en esos años había grandes regatas de largo aliento. Corrí con un gran amigo, Titi Ceregioli, en la categoría CT; recuerdo que habíamos hecho un dibujo en el tablero –ya bien pegado– con los puntos básicos: Tigre, Campana, Zárate, San Pedro, etc., bien sencillo. Apenas salimos, un tanque de combustible aplasta una manguera y nos demoramos media hora hasta volver a la carrera; en Zárate me esperaba mi papá para darme otro tanque; en San Pedro Daniel Canestrari me abasteció con otro tanque, y así fuimos cortando por donde nos parecía, era intuición pura. Luego de tal vez dos horas de navegación, se me da por mirar hacia atrás y veo que mi acompañante estaba dormido o desmayado… y le grito “¡al pasar aquellas torres paro!!”… justamente esas torres eran los silos del puerto de Rosario, y la llegada. Ganamos la categoría; nos hacen reportaje radial sin bajar del bote, sucios, mojados, cansados, llenos de nafta… Vos sabes cómo es eso, también lo hiciste… y en un momento me empiezo a mojar los pies y la cola… Nos estábamos hundiendo pues se nos había cortado la orza y el agua entraba por allí. Cansados, con frío, solos, había que esperar la entrega de premios; dormimos en una cancha de paleta. Nos arreglamos y con sorpresa nos entregan la copa más grande de todas, por ser la categoría más chica. Fue increíble. Nosotros pensábamos en una copa común como todas…. fue una experiencia hermosa, eran el año 75 o 76. Y así muchas anécdotas más…

B: ¿Cuándo empezas con el astillero ya en forma más comercial y con los prototipos?

EP: Seguramente vos lo recordarás mejor que yo… fue con las pilotinas, donde estuve de socio con Varela y Masoletti, una buena sociedad y un buen recuerdo de ellos, quienes fueron excelentes socios y amigos. Una vez instalados aquí mismo, empecé a trabajar para Dagnino, quienes tenían una empresa de movimientos de suelos; entonces le cambié el relleno por seis botes, ya que ellos comenzaban a construir su propia guardería de lanchas, y como tenían amarras, necesitaban llevar a la gente con botes. Hice el primer galpón, seguí con las Pilotinas, luego con los Grandjean, después con las lanchas, el catamarán de carrera y nunca más paramos, excepto en el año 90, donde estaba todo parado, y nos fuimos con mi hijo Claudio a Brasil a probar suerte, pero nos volvimos en poco tiempo, nos fue muy mal. Pero ya para ese momento, mis dos queridos hijos estaban a mi lado, empujando, como hasta hoy.

B: Obviamente recuerdo muy bien toda esa época, pero a tu criterio, ¿cuál fue el secreto del éxito y crecimiento sostenido de la marca?

EP: … No dudo que el inicio de todo fue cuando, junto a mis dos hijos, nos planteamos hacer embarcaciones e ir por el país ofreciéndolas, descargándolas y entregándolas de acuerdo a su gusto, y por supuesto, levantar pedidos. Hicimos un tráiler para ocho lanchas, más otra lancha sobre el techo. Podíamos financiar un poquito, así que iniciamos esa etapa con mucha pasión y trabajo. Miles y miles de kilómetros de entrega cara a cara, durmiendo en la camioneta, y comiendo sandwiches y una gaseosa. Mucho sacrificio. Muchísimo. Y así empezamos. También tuvimos mucha suerte en poder comprar el terreno donde hoy emplazamos la guardería… un negocio muy bueno, regalo de Dios tal vez por haber trabajado siempre en forma honesta y sin descanso.

B: Hablame de tus hijos, de Claudio y de Pablo, cuando ellos empiezan a tomar la posta… y de tus nietos.

EP: ¿Qué te puedo decir de mis hijos? Son mi orgullo, siempre, siempre estuvieron a mi lado, trabajando sin pausas, alguna vez se privaron de cosas que se merecían por su edad y proyectos, son increíbles. Si te digo cuando empezó la transición… tal vez cuando montamos la guardería… pero en realidad ellos siempre aportaron ideas y trabajo. El tiempo va poniendo todo en su lugar. Pablo es más amante de la producción, él disfruta construyendo las embarcaciones, y Claudio siempre tuvo su fuerte en la parte comercial y administrativa, aunque también hizo mucho cuando montamos los primeros galpones, con la parte eléctrica y demás. Se complementan bien y siempre están generando nuevas ideas, fíjate lo que es el astillero hoy: es netamente el proyecto común que llevan adelante… yo, ya hice mi parte… hora de descansar. Y de yapa, estos nietos que son otros dos 4 x 4. Nico y Juan Pablo son hijos de Pablo; ambos trabajan a la par del padre y del tío. Tengo más nietos que por edad, aún no son parte del astillero, e irán sumándose sólo si ellos quieren. Pero estos chicos son increíbles, pues hacen todo, con ese toque moderno de moverse con las la tecnología actual; son la tercera generación y te cuento que soy bisabuelo. Estoy muy feliz de haber logrado una linda familia, con 59 años de casado. No puedo pedir más

El ritmo de la producción en planta es febril; teléfono, proveedores etc. Nunca pude mantenerlos a todos sentados… incluso Claudio Piercamilli se encontraba de viaje no programado y fue entrevistado aparte. Le tocó el turno a Pablo, quien lleva en su mochila la misión de dar vida a cada nuevo producto, con la responsabilidad que todo ello implica.

B: Pablo… después de escuchar a tu papá mi pregunta es simple: ¿cómo sentiste la transición del astillero hacia vos y tu hermano?

Pablo Piercamilli: La verdad no nos dimos cuenta; ya van 32 años que estamos juntos en esto. Claudio y yo siempre trabajamos con él, pues se desvivía por su taller y por nosotros. Fue siempre muy estricto y cumplidor y eso nos marcó. Si tengo que hacer un balance… nada ha cambiado, pues seguimos trabajando con la misma entrega que cuando estábamos con piso de tierra. Ver a mi viejo a los 85 años abriendo el taller es habitual en mí, pero creo que ahora que lo digo delante tuyo tomo noción del tema. Mi viejo es el motor del astillero, nosotros somos quienes heredamos la posta y lo estamos haciendo de la mejor manera posible, acomodándonos a los mismos problemas de siempre que se repiten en forma cíclica. Todo pasa tan rápido… mis hijos están allí, trabajando a la par mía… y ya soy abuelo… Creo que debo ser agradecido por todo esto, por lo que me viejo me inculcó, por tenerlo aún aquí con nosotros y por tener a mis hijos al lado… Me siento muy cómodo… Pero bastante cansado… (risas).

Nicolas Piercamilli: Yo hago mi aporte Gustavo: empecé a venir con papá al astillero desde chico, en general cuando no íbamos al colegio. Recuerdo que era el galpón viejo, enfrente, allí se hacía todo. Papá evitaba traernos para que estudiemos y tuviéramos el camino abierto a lo que querramos; él quería evitar que trabajemos como mi abuelo, mi tío o él mismo, que descubramos nuestra vocación; acá estamos, junto a Juampi es lo que nos enamoró, la misma pasión que ellos vivieron, seguimos sus pasos, que son de pisada larga y segura… Hay que correr detrás de ellos. A los 15 o 16 veníamos a trabajar en nuestros hobbies, en especial, los autos –ni siquiera en las lanchas- y utilizábamos el astillero como taller. Allí nos fuimos metiendo en el trabajo de la construcción de lanchas… Y empezamos a entender que debíamos trabajar para sustentar nuestros gustos o hobbies.

B: Tu primer trabajo en planta…

NP: Mi tío y mi papá compraron un router CNC y empecé con la parte de los cortes de madera. Juan empezó con la post venta, a la que me incorporé de inmediato.

Juan Pablo Piercamilli: Y paralelamente empezamos con la parte de post venta, es decir, solucionar problemas post entrega y sostener al cliente en todas sus consultas. Allí creamos Promarine Repuestos, con sede en la guardería. Nos abocamos a los adicionales fuera de la producción seriada, a los efectos de no complicar el sistema productivo. Nuestra marca es SPAI (Servicio Post Venta Arco Iris) y ahora estamos a full con eso. Tenemos nuestra web y  redes sociales, y el trabajo es gratamente importante y amplio. Es un trabajo importante y reconfortante.

NP: Los clientes saben y le hacemos  entender que Arco Iris es una familia. Y estamos orgullosos de ello, y de llevar nuestro apellido.

B: Juan Pablo, ¿cómo te ves de acá a diez años? ¿cómo ves la empresa?

JPP: A mí me exigieron que fuera a la Facultad para estar aquí, y estoy por decisión propia, por el afecto que le tengo a todos los integrantes de la familia, y al progreso que ellos lograron con esfuerzo brutal. Pude aprender en todo este tiempo, por viajes y trabajo propio, creo que en algún momento podremos igualar trabajos de nivel internacional. Nuestro país tiene excelentes profesionales de todas las áreas, y nuestros productos pueden ser exportados sin problemas. Espero, ahora que acabo de ser papá, que pueda transmitirle a mi hija todo lo que mi familia me dio en cuanto a trabajo, responsabilidad y palabra.

Finalmente, el encuentro con Claudio Piercamilli fue en su oficina, a pleno con teléfonos, documentos y obligaciones. Con la amistad de siempre, hicimos de la nota una charla de nuestra propia historia, llena de recuerdos, buenos y malos, y  rescato de él lo que considero el cierre de una nota perfecta.

Claudio Piercamilli: Sé de tu visita a la fábrica de la cual vos sos también parte integrante, pues nos conoces desde siempre. Sos nuestro amigo y asesor técnico. Quiero agradecerte en nombre de Pablo y mío por este reconocimiento, por este tiempo, por mi viejo, que aún sigue con las pilas intactas.

Si el astillero funciona bien es simplemente por lo que mi viejo nos heredó: trabajo, responsabilidad, rodearse de buena gente, palabra y mucho más trabajo. Mi viejo no sólo logró un negocio, él hizo una familia, con mayúsculas. Tenemos un gran futuro, pase lo que pase, porque con Pablo estamos en una etapa donde nos dimos cuenta que el tiempo no pasa… los que pasamos somos nosotros. Y nos estamos preparando para ello.

¡Gracias!.

barcos@barcosmagazine.com

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