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La ‘muerte del mar’: cómo es la principal catástrofe ambiental de la Argentina que no figura en la agenda de nadie

Muy poca gente sabe lo que es la pesca de arrastre. Es el principal método de pesca que se utiliza en el Mar Argentino

Se usa desde hace más de 50 años sobre todo para la captura de merluzas y langostinos, dos de las tres especies principales que hacen a la industria local (el tercero es el calamar, que se pesca de otro modo). Se trata de un método “no selectivo” que consiste en el uso de una red enorme y pesada, de hasta 120 metros de largo por 45 metros de ancho y con una “boca” que puede llegar a tener  hasta 12 metros de altura.

Esa red se sumerge en el agua y opera como una bestia que todo lo devora. Un barco la arrastra desde la superficie y la red arrasa con todo a su paso. Entran en ella todas las especies del lecho marino: peces, crustáceos, moluscos, mamíferos. Las naves van por el langostino y la merluza, pero el océano es dinámico y está lleno de vida. Toda esa vida también sube a la red.

Foto Clarin

Cualquier pez que sube a la red, lo hace muerto, llega muerto hasta las factorías flotantes que son los barcos. Rayas, tiburones, todo llega aplastado y muerto. Lo que no es ni langostino ni merluza es devuelto al mar. Muerto. El mar, entonces, se convierte en un gran cementerio.

Se descarta porque no es de interés comercial 

En Argentina, más del 90% de lo que se captura se exporta.

Es la octava industria que más divisas genera por exportaciones del país. En 2021, 2.000 millones de dólares, según datos oficiales.

Cada año, el sector pesquero viene exportando entre 400 y 500 mil toneladas de distintos tipos de especies. Entre los tres principales destinos están España, China y los Estados Unidos y más del 80% de estas exportaciones la componen solo tres especies, como ya se dijo: la merluza, el langostino y el calamar. Cuando un mozo sirve una porción de camarones o de calamares fritos en Madrid o Barcelona suele presentarlo de este modo: “Aquí tienen sus delicias del mar”.

En Argentina, además, hay mucha pesca incidental de juveniles. El juvenil es el pescado que todavía no llegó a reproducirse. El juvenil es de talla pequeña. No sirve para ser comercializado. Pero ya está muerto. La pesca de arrastre altera la cadena de reproducción de la especie.

Entre el 1 de enero y el 28 de marzo de este año, la pesca de arrastre atrapó más de cien mil toneladas de peces, según datos de la subsecretaría de pesca. Pero el dato solo contempla las especies declaradas de merluza y langostino. No dice nada sobre el descarte de especies que no se utilizan. No dice nada sobre el ecocidio que sucede sin que la mayoría de los argentinos sepan algo de él. En el mar patagónico hay 1400 especies de zooplancton, 900 especies de moluscos, 700 de vertebrados, 50 de mamíferos marinos, 80 de aves. Según datos del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, hay 36 especies de vertebrados amenazadas por la actividad industrial.

Desde lejos no se ve​

A diferencia de lo que ocurre con la deforestación o con los incendios en humedales, los impactos de la pesca de arrastre no se ven porque ocurren mar adentro. Es difícil acceder a imágenes, como las que se presentan en esta nota. El arrastre es como querer sacar manzanas con una topadora, explicaba un periodista inglés especializado en temas de Medio Ambiente. Podríamos recoger de otro modo esas manzanas, pero las topadoras arrasan con todo.

Lo paradójico es que la pesca de arrastre es una actividad legal. La industria pesquera reconoce el problema. Pero las flotas de barcos siguen adelante. A la industria pesquera (nutrida de claros oscuros y de mafias vinculadas a la política) prácticamente no se le ponen los ojos encima.

Diana Friedrich, Coordinadora del Proyecto Patagonia Azul, que busca crear una gran área de protección marítima, opina: “Argentina se comprometió en 2010 con todos los países del mundo a proteger el 10% de su mar hasta el 2020. Nunca llegamos. En el 2022 se volvió a comprometer a proteger el 30% hasta el 2030 y todavía no hay ninguna hoja de ruta para llegar a eso en 7 años. El sector pesquero insiste con que las zonas de veda permanente son como áreas marinas protegidas, pero la veda es solo para merluza y el langostino se pesca con el mismo método, o sea que es exactamente lo mismo. Las zonas de veda no son áreas protegidas”.

Agrega: “Más allá de estos compromisos, no podemos guiarnos por el porcentaje sino por la regeneración de la biodiversidad, y si ya sabemos que nuestros tiburones están por lo menos en un 80% disminuidos, claramente las vedas no están sirviendo tampoco. Las únicas dos áreas marinas protegidas que tenemos, están en una zona donde casi ni se pescaba”.

Los tiburones van despareciendo porque las redes se los devoran. “No hay noción de que es malo. No se estudia. No se pide estudio de impacto ambiental para hacer pesca de arrastre. A las pesqueras nadie les pide nada. La ley federal de pesca tiene un tinte ambiental. Prohíbe un montón de cuestiones. Pero no la pesca de arrastre”, explica Lucía Castro, activista al frente de la organización “Sin Azul No Hay Verde”.

Está poco estudiado el impacto que hay sobre el fondo marino argentino en sí. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasa con ese espacio topado y arrasado. Se los llama “campos de arrastre”. Es el equivalente a la tierra desforestada. La pesca de arrastre es 100% legal, pero según la ley de pesca el descarte de especies sí está prohibido. Abundan los testimonios de marinos prefieren no dar su nombre para preservar su fuente laboral: nada de se cumple, lo que sube muerto vuelve al agua muerto.

Nada se puede descartar al mar. Pero es parte del trabajo en alta mar echar al agua aquello que no sirve. No es algo aislado, sino parte de la práctica que cualquier pescador puede narrar. Hace un mes, en abril de este año, aparecieron en playas de la provincia de Chubut cientos de cajas de plástico, acumuladas sobre la arena.

El hecho adquirió resonancia porque un activista, Yago Lange, tomó fotografías de los lobos marinos deambulando entre las cajuelas grises. El gobierno de Chubut limpió las costas, pero el caso sirvió para poner en superficie un ejemplo práctico de lo que ocurre con el descarte pesquero. No solo vuelven especies muertas, también cajas de plásticos que contaminan y no se degradan. Mucho más es lo que queda flotando en una deriva infinita.

Otra consecuencia es lo que se conoce como “redes fantasmas”. Son los aparejos de pesca que quedan flotando en el mar. Son redes que continúan pescando. Redes que enredan ballenas, las matan, son amenazas latentes. Es complejo solucionar algo tan fuera de control, opinan los mismos expertos. La campaña que dirige Castro intenta en principio decir: “Esto está pasando”. Nadie sabe que una tercera parte del territorio nacional es agua. Es mar. Nadie sabe lo que ocurre allí. Ni siquiera los funcionarios. El Mar Argentino tiene recursos de sobra. Pero esos recursos están amenazados. Si no se modifica este estado de cosas, esta fuente inagotable de recursos comenzará mermar. La propia industria avanza hacia su autodestrucción.

“Existen dispositivos de selectividad. Se están estudiando. Cada especie se maneja distinto. No es la mismo para el langostino que para la merluza. Pero la industria quiere ganar más plata. A la escala en que se practica, este tipo de pesca nunca podrá ser sustentable. La lógica por ahora es económica”, dice Castro.

Quizás el camino sea crear áreas marinas protegidas. Parques nacionales en el agua. “Un área establecida para la protección de especies en la que esté prohibido cualquier tipo de actividad extractiva. Menos del 3% del océano es área protegida en donde esté prohibida la pesca. En el país hay tres, en el extremo sur de la plataforma continental. Son sólo el 8% de del mar argentino. Pero se necesitan áreas protegidas en estos frentes productivos para que la fauna marina pueda regenerarse”, opina Castro.

Se llevó a cabo en Comodoro Rivadavia el congreso ambientalista “Misión Atlántico”, sobre los caminos para la conservación del Atlántico Sur. Clarín estuvo presente.  Había expertos del Conicet, visitantes de México y Panamá, activistas, funcionarios del ministerio de Medio Ambiente, políticos, biólogos, ambientalistas que hacen trabajo de campo incesante sobre el amplio litoral marítimo argentino. El evento operó como una llamamiento. Como una invitación a tomar conciencia.

Entre los disertantes, estuvo la panameña Shirley Binder, una de las responsables de la gran gesta panameña que consistió en la protección de más de la mitad de su zona marina exclusiva.

Panamá anunció la ampliación del Área de Recursos Manejados Banco Volcán a comienzos de 2023. Es un ejemplo de cómo podrían ser las cosas en la Argentina, si existiera voluntad política. Con la expansión de esta área marina protegida ubicada en el Caribe, el país pasó a proteger el 54,33 % de su Zona Económica Exclusiva.

Banco Volcán, inicialmente de 14. 000 kilómetros cuadrados y actualmente de 93. 000, abarca cuatro cordilleras submarinas, planicies profundas y formaciones geológicas vinculadas a una alta biodiversidad que incluye especies altamente migratorias y en peligro de extinción, además de peces e invertebrados de alto valor comercial como la langosta espinosa del Caribe.

“Logramos prohibir la pesca en la mitad de nuestro mar, es cierto. Pero de nada sirvió el activismo sin la resolución a través de la política. Y por otro lado, una vez que logramos la declaración del área, también necesitamos que haya una fiscalización, un patrullaje, una forma de media que se cumplan las disposiciones. Los efectos fueron inmediatos”, explicó Binder.

¿Más soluciones? 

Los expertos hablan por un lado, de la creación de áreas marinas protegidas en las que la pesca industrial, y cualquier otra actividad extractiva, esté completamente prohibida. Es una herramienta reconocida por la ciencia en todo el mundo como algo eficaz y necesario para garantizar la protección y conservación de una amplia diversidad de especies y hábitats. La instalación de estos espacios marinos protegidos permiten que el océano pueda restaurarse y volver a estar saludable.

La prohibición de la salmonicultura en Tierra del Fuego, un hecho impactante a nivel global, desató un fuerte debate sobre la cuestión económica. “¿Porqué un país en crisis como la Argentina, que necesita dólares imperiosamente, va a permitirse prohibir una actividad altamente rentable y provechosa para las finanzas?”, planteaban, por ejemplo, desde la Secretaría de Comercio. Es el argumento que se antepone a la avanzada ambiental. Cercenarle posibilidades a la industria pesquera, poco observada, dispararía una fuerte discusión no sólo ambiental, sino también económica y social. Va llegando la hora de de dar ese debate.

Mientras tanto, no se conoce ni se ha probado un método que la suplante. Es decir, que opere manteniendo la escala a la que la industria busca seguir pescando.  Los activismos apuntan, como primer medida, a exigirle a la industria pesquera un control estricto, una fiscalización real de todas sus actividades y una revisión y cambio urgente de las prácticas destructivas que se utilizan. Nada de esto sucede actualmente. No existen ojos fiscalizadores sobre la actividad. Pero algo, acaso, está empezando a cambiar.

Diario La República

barcos@barcosmagazine.com

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