La historia de Boca del Cufré, la perla del oeste: un balneario en plena expansión lleno de silencio y calma
A 100 kilómetros de Montevideo y a 17 de la Ruta 1, el lugar de playas tranquilas surgió como un pueblo de amigos.
El arroyo está quieto. El agua corre entre dos franjas de árboles frondosos. Son tan verdes y tan espesos que parece, si se los mira desde esta lancha que se mueve despacio, que fuera imposible atravesarlos, asomarse a ver qué hay del otro lado de las hojas y las ramas y los yuyos.
Alrededor solo se escuchan los pájaros, las chicharras, el sonido del agua abriéndose cuando la lancha de Gerardo, que vive en una casa sobre el arroyo, avanza. Es un miércoles a comienzos de 2024 a las once de la mañana. El cielo es de un celeste artificial y brilla de tal forma que todo lo que está debajo parece intacto, virgen.
Esa es la manera en la que se ve, hoy, el Arroyo Cufré en el departamento de San José, a unos pocos kilómetros de su desembocadura, en el Río de la Plata: como si nunca nadie hubiese navegado sus aguas.
Y un poco así es como se ve, hoy,Boca del Cufré, el balneario que está justo donde el arroyo llega al río: como si fuese un refugio, un lugar al que todavía se puede ir para buscar resguardo.
“Decimos que este balneario es la Perla del oeste sobre el Río de la Plata”, dice Sergio González, presidente de la Comisión Vecinal de Boca del Cufré.
Alcanza con desviarse de la Ruta 1, a 100 kilómetros de Montevideo, andar unos 17 kilómetros por una carretera repleta de curvas, y atravesar un arco de madera que dice “Bienvenido a Boca del Cufré” para entender por qué, las personas que viven aquí y las personas que lo visitan, le llaman así: la perla del oeste sobre el ½.
Empezó como un pueblo de amigos. Un médico oriundo de San José, Adolfo Cordero, supo de una extensión de médanos de arena con costas en el Río de la Plata y en el Arroyo Cufré y decidió comprarla. Era cerca de 1930. El médico se instaló allí con su familia e invitó a familias amigas a que también lo hicieran. Así, las primeros pobladores del lugar fueron todos amigos de una misma familia. Tiempo después, en 1957, Cordero empezó a fraccionar y a vender los terrenos. Hoy la rambla de Boca del Cufré lleva su nombre.
Sin embargo, hay una historia previa a la del médico.
“La primera mención histórica es de 1531, cuando un navegante portugués, De Souza, viajaba desde el Cabo Santa María hacia Buenos Aires y vio al arroyo por primera vez. De regreso, en medio de una tormenta, entró al arroyo para protegerse y le llamó Sam João. Él hizo la primera descripción de este lugar. Esa historia estuvo guardada durante muchos años en una biblioteca de Portugal”, cuenta Patricio Iglesias Long, secretario de la Comisión Vecinal.
Boca del Cufré se fue poblando de a poco por gente de la zona. Fueron los propietarios de campos vecinos quienes donaron parte de sus tierras para poder construir una carretera que uniera al balneario con la ruta. Hoy viven de forma permanente en unas 25 o 30 familias. Sin embargo, dicen Sergio y Patricio, este es un lugar que está en plena expansión.
“En los últimos diez años ha crecido muchísimo, ha tenido una inversión en dólares millonaria. Hay construcciones nuevas y muchos terrenos que se están vendiendo ahora”, dice Sergio.
Los descendientes de la familia Cordero todavía tienen varios fraccionamientos del balneario que no han vendido y hay un empresario argentino que (se supone) hará una inversión que extendería en unos cuantos kilómetros la playa sobre el Río de la Plata y la rambla.
En Boca del Cufré hay una escuela, un camping, baños públicos, almacenes, algunos lugares gastronómicos, un pub, un Club Náutico, una zona de pesca donde se sacan sábalos, una línea de ómnibus desde San José con cuatro frecuencias, una policlínica durante la temporada, una playa segura y tranquila, cinco bajadas diferentes, la sombra de los pinos, guardavidas, una rambla y una escollera.
Hay, también, un evento que se organiza todos los veranos. Hace algunos años Pablo Estramín dio, sin saberlo, el último concierto de su vida en Boca del Cufré. Después se enfermó y no volvió a tocar en público. Desde entonces en el balneario se hace el Festival Pablo Estramín, en el que participan diferentes grupos folklóricos en homenaje al músico. Es organizado por la Intendencia de San José y por la Comisión Vecinal. El sábado 17 de febrero será la nueva edición.
La Comisión Vecinal, que funciona como “una caja de resonancia de las necesidades del balneario y de la gente que vive aquí”, surgió a instancias de Patricio y de otro vecino, Ariel.
“Fue algo que me nació, tenía que haber algo en el balneario, no podía ser una comunidad que solamente fuera un monte con playa”, dice Patricio, que no vive en el lugar pero veranea aquí desde los años 70. “Un día fui y le golpeé la puerta al señor Ariel Rodríguez, comerciante del lugar, le dije para formar una comisión y me dijo que sí. Y así empezamos, con mis pocos saberes y sus muchos conocimientos. Hoy nos acompaña un grupo de gente muy linda”.
Todavía, dicen, hay cosas por hacer para que el balneario crezca: la sede de la comisión, instalar otros servicios, tener una mayor oferta gastronómica. Y sin embargo, ese parece su principal atractivo: caminar por sus calles, algunas asfaltadas y otras de tierra, rodeadas de pasto y de pinos es como andar por un mundo al que todavía no llegó el ruido.
Una escollera rodeada de piedras separa al Arroyo Cufré -que es el límite entre los departamento de San José y de Colonia- del Río de la Plata y, al mismo tiempo, es el lugar en el que sus aguas se encuentran.
A lo largo tiene bancos y, en uno de sus extremos, un farol rojo. Esta escollera podría ser el comienzo, el punto cero, el lugar desde el que todo parece extenderse: la rambla y los pinos que la rodean, el arroyo y sus curvas interminables, el río y su horizonte, el cartel que autoproclama a Boca del Cufré como el “paraíso del oeste”, la arena blanca y fina de su playa, el pueblo entero.
Funciona, allí un pequeño puerto que es, también, el único que hay en San José.
Son cerca de las cuatro de la tarde y el calor es intenso. De un lado de la escollera, sobre la desembocadura del arroyo, tres niños juegan en la arena, un hombre pesca. Del otro lado, en una playa de arenas extensas, hay algunas sombrillas, algunas sillas, algunas personas al sol, otras en el agua.
“En los distintos servicios del balneario, donde dejamos una hoja para que nos hagan sugerencias o comentarios, cuando uno las recoge lo que las personas resaltan es la tranquilidad, la seguridad de sus playas y la amabilidad de la gente”, dice Sergio. “Y hay otras personas que nos hablan de los atardeceres, dicen que los mejores están en este balneario”.
Los fines de semanas de la temporada, dicen, visitan el balneario un promedio de 10.000 personas. En general vienen desde San José, Montevideo y Canelones, pero también llegan turistas de Argentina, de Brasil y de Paraguay.
En Boca del Cufré todavía hay lugares donde la playa está rodeada y protegida por médanos de arena. Aún hay espacios en los que la naturaleza parece estar entera y absoluta. Y eso es lo que buscan, además de la tranquilidad y la seguridad de sus playas, quienes lo visitan.
A unas cuadras de la playa, sobre la calle de tierra que bordea el arroyo, solo se oyen los ladridos de unos perros. Las casas son casi todas bajas, tienen jardines, espacios verdes, árboles, sombras.
Un hombre camina con un reel de pescar al hombro. Llegó ayer desde Montevideo con toda su familia, que son 12, entre tíos, primos y abuelos que alquilan una casa grande. Le gusta esta calma, dice, caminar sin apuro.
Va al arroyo temprano porque quiere encontrar un lugar estratégico para pescar, que esté despejado y tenga sombra. Unos minutos después lo consigue. Se instala, se para en la orilla y tira el reel lo más lejos que puede. Con el golpe, el agua parece expandirse, querer decir algo.
A unos pocos metros de allí, dos barcos rojos y pequeños flotan y se hamacan solitarios amarrados a la costa. Los árboles apenas se mueven y sus siluetas se reflejan en el agua. El cielo es igual de celeste, igual de artificial que en la mañana. El silencio, igual de profundo. Es como si las horas no hubiesen pasado, como si este lugar tuviese, en sus orillas y en sus sombras, en sus arenas y en sus aguas, todo el tiempo del mundo. Tal vez esa sea su mística especial.
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