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La expedición escocesa a Panamá

TERCERA PARTE – Por Guillermo Rodríguez

Ayer por la tarde viajamos en nuestros botes para inspeccionar una bahía a unas cuatro millas al este de la isla Dorada y descubrimos un excelente puerto natural. (…) La tierra en la península es extraordinariamente buena, llena de grandes árboles…

Robert Pennecuik «Diario» (1698)

En la noche del 27 de octubre de 1698, el St. Andrew ancló «en una bahía de arena blanca [la así llamada bahía Anachucuna] a unas tres leguas al oeste del golfo de Darién», en la zona meridional del istmo de Panamá, de acuerdo al diario de a bordo del comandante de la flota escocesa, el capitán Robert Pennecuik. Los extranjeros fueron recibidos de modo amistoso por los habitantes locales, el pueblo guna. Los indígenas conocían algunas palabras del inglés y el español. Antes de la llegada de los cinco barcos de la Compañía de Escocia, los guna habían estado en contacto durante décadas con los colonizadores españoles y con los piratas ingleses, franceses y holandeses que asolaban la costa oriental de Panamá. Siguiendo al pie de la letra las órdenes de navegación de la Compañía, Pennecuik se dirigió a la cercana isla Dorada. A pesar de la asistencia del piloto contratado en la isla de Saint Thomas, el marino escocés no halló un lugar conveniente para fondear. Un breve reconocimiento del área determinó que el islote era un sitio inadecuado para establecer un asentamiento.

Al contrario de las expectativas de los organizadores de la expedición, los hombres y mujeres enviados por la Compañía de Escocia no encontraron un jefe supremo aborigen con el que entablar negociaciones para fundar una colonia en la región. Así, las tratativas se iniciaron con cada líder territorial. Para dificultar un poco más las cosas, otros europeos tenían las mismas intenciones que los escoceses. Por ejemplo, el capitán inglés Richard Long –enviado por el rey Guillermo III de Inglaterra– arribó al Darién al día siguiente que lo hiciera Pennecuik. Otros rivales eran un grupo de corsarios franceses en las islas de San Blas, frente al litoral norte del istmo. Pero el principal enemigo de los colonos era España. Las zonas central y occidental de Panamá estaban bajo estricto control español. Sin embargo, en la región sur, sin centros urbanos, el dominio era mucho más laxo. Otra consideración equivocada de los directivos de la Compañía fue suponer que toda la población autóctona estaba enfrentada con España. De hecho, los funcionarios hispánicos adoptaron con los nativos una estrategia de captación diplomática. Esa política permitió a los jefes indígenas disponer de una gran libertad de acción en el manejo de sus comunidades. Por todo ello, los viajeros llegados desde Escocia no se toparon con «salvajes» sometidos –prestos a aliarse contra un adversario común– sino con hábiles negociadores con experiencia en el trato con intrusos europeos.

A comienzos de noviembre, un líder aborigen –el así llamado Andrés– acompañado por una docena de hombres visitó a Pennecuik en el St. Andrew. De manera amigable el jefe guna le preguntó al comandante de la escuadra la razón de su presencia en la zona. Pennecuik respondió que su intención era «afincarse en el lugar si ellos estaban dispuestos a recibirlos como amigos y que su propósito era comerciar». Recuérdese que el Proyecto de Darién de la Compañía de Escocia –elaborado por el mercader y banquero William Paterson– buscaba participar del lucrativo comercio con el sur y el sudeste de Asia. El plan consistía en inmiscuirse en la jurisdicción de España en América Central y constituir una posesión escocesa en el istmo de Panamá: el puerto de la colonia sobre el mar Caribe recibiría las mercancías que desde allí serían transportadas por tierra hasta otro puerto sobre el Pacífico para ser embarcadas con destino a Asia. Al día siguiente del encuentro con Andrés, una misión de exploración descubrió una gran ensenada «capaz de contener un millar de velas de los mejores navíos del mundo». Unos días después, el Consejo de siete miembros a cargo de la administración de la futura colonia decidió que en ese sitio se establecería el asentamiento al que denominaron «Nueva Caledonia» («Caledonia» es el antiguo nombre latino de Escocia). Y llamaron «Nueva Edimburgo» al poblado que enseguida comenzó a levantarse. 

A comienzos de diciembre, el Consejo acordó con Andrés un tratado de amistad. Según un testigo, «el Consejo lo convirtió en uno de sus capitanes para comandar a los nativos dentro y fuera de sus propios territorios, y lo recibió bajo la protección de su gobierno, mientras que él estaba obligado (…) a obedecer, ayudar y defenderlos (…) en todas las ocasiones». Mientras, el capitán inglés Long, luego de constatar los progresos del proyecto de la Compañía de Escocia, zarpó hacia la región del golfo de Urabá, en el sur del mar Caribe. Allí se reunió con el líder guna, el así llamado Diego. El inglés temía que los escoceses se expandieran en dirección al sur del istmo y le advirtió al jefe indígena que no debía permitir que estos se instalaran en la zona. A comienzos de diciembre, Long concluyó su misión y partió con destino a Jamaica. Algunas semanas después, Diego concertó con representantes de la Compañía un tratado de amistad. Entretanto, otras comunidades de aborígenes eran aliadas de los españoles. A finales de 1698, Pedro Luis Henríquez de Guzmán, conde de Canillas, presidente de la Real Audiencia de Panamá –el más alto tribunal de justicia que funcionó también como órgano de gobierno– estaba al tanto de los movimientos de la Compañía de Escocia en el Darién a través de informes de nativos de la región. Canillas movilizó a la Armada de Barlovento, la flota de España encargada de la defensa del comercio y los territorios hispánicos en el Caribe. A mediados de enero de 1699, la escuadra arribó a Portobelo con 650 marineros y soldados a bordo. Además, Canillas alistó dos compañías de la guarnición de Portobelo.

A mediados de marzo, las fuerzas españolas desembarcaron en las costas del Darién y continuaron por tierra hacia Tubuganti, 40 kilómetros al sur de Nueva Edimburgo. No obstante, las continuas lluvias obligaron a la tropa a regresar a Portobelo. Mientras, los colonos de Nueva Edimburgo recibieron la visita de Diego, quien les avisó de los preparativos militares hispánicos. Los escoceses organizaron un destacamento de un centenar de hombres. A quince kilómetros del asentamiento de la Compañía se produjo un enfrentamiento con un grupo de españoles e indígenas aliados que resultó en una victoria para los escoceses. Sin embargo, la hostilidad de España no era el único problema que afectaba a la colonia: a ello debía sumarse las divisiones internas en el Consejo, los motines, las deserciones masivas, el clima riguroso, la falta de víveres, las epidemias y la alta mortalidad. A mediados de mayo, los habitantes de Nueva Edimburgo recibieron la noticia de que el rey Guillermo III de Inglaterra había ordenado a las colonias inglesas en América no prestar ayuda a los hombres y mujeres de Nueva Caledonia para no enemistarse con los españoles. La disposición real cerraba la posibilidad de comerciar con las posesiones de Inglaterra en el Nuevo Mundo. El asentamiento de la Compañía de Escocia en Panamá fue abandonado el 16 de junio de 1699. Los escoceses sobrevivientes zarparon en el St. Andrew hacia Jamaica y en el Unicorn rumbo a las colonias inglesas en América del Norte. Sólo el Caledonia retornó a Escocia (previa escala en Nueva York) con William Paterson y menos de 300 pasajeros a bordo.

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