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El Último Viaje del María

El María era un velero de doce metros, orgullo de su capitán, Ernesto Rojas, un marinero experimentado que había navegado toda su vida por el Caribe. Aquella tarde de octubre de 2023, el cielo estaba encapotado, pero el pronóstico anunciaba solo vientos moderados. Junto a su tripulación de tres personas —Laura, su hija; Javier, un amigo de la infancia; y Marcos, un joven marinero—, Ernesto zarpó de Cartagena con rumbo a las Islas del Rosario, en Colombia.

Las primeras horas fueron tranquilas. El viento soplaba a unos 15 nudos, y el María se deslizaba sobre el agua con elegancia. Pero al caer la noche, el mar comenzó a agitarse. Una tormenta no prevista se acercaba rápidamente desde el norte. Las olas, que al principio eran de un metro, pronto superaron los tres.

—¡Todos arriba, tenemos que arriar la vela mayor! —gritó Ernesto, mientras el viento aullaba alrededor.

Javier y Marcos corrieron hacia la cubierta, pero una ola gigante los golpeó de costado. El María se inclinó peligrosamente, y el agua fría inundó la cabina. Laura, que estaba abajo revisando las cartas de navegación, quedó atrapada cuando un mueble se desplomó contra la puerta.

—¡Papá! —gritó, pero el rugido del mar ahogó su voz.

Ernesto intentó mantener el control, pero el timonel respondía con lentitud. El motor, empapado, dejó de funcionar. Otra ola, más grande que las anteriores, golpeó el barco con fuerza brutal. El mástil se quebró como un palillo, llevándose consigo las velas y parte de la cubierta.

—¡Esto es el fin! —murmuró Marcos, aferrándose a un salvavidas.

El María se hundió en cuestión de minutos. Ernesto logró liberar a Laura justo antes de que el agua los engullera. Los cuatro salieron a la superficie, agarrándose de los restos flotantes del barco. En la oscuridad, solo se escuchaba el viento y el golpe de las olas.

—¡Manténganse juntos! —ordenó Ernesto, sabiendo que el frío y la hipotermia eran ahora su mayor enemigo.

Pasaron horas. La tormenta amainó al amanecer, pero no había señales de rescate. Laura, exhausta, empezaba a perder la esperanza cuando, en el horizonte, apareció un punto. Era el Ocean Spirit, un barco pesquero que había alterado su ruta por el mal tiempo.

—¡Ahí están! —gritó uno de los pescadores.

Los rescataron justo a tiempo. Laura, casi inconsciente, fue la última en ser subida a bordo.

El María yacía ahora en el fondo del mar, pero sus tripulantes habían sobrevivido. Ernesto, mirando el lugar donde su barco había desaparecido, supo que el mar siempre tendría la última palabra.

barcos@barcosmagazine.com

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