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EDICIÓN IMPRESA – PSICOLOGÍA: Deportistas de alto rendimiento

Los vemos allí con su deseo tan decidido de alcanzar esa superación personal, de ser primeros, triunfar, ser mirados y admirados, poniendo en ello su mejor esfuerzo de arribar a la meta.

Resulta vivificante verlos con ese empuje, porque los mueve un embate pulsional de vida que nos sirve de ejemplo a seguir, cuando los menos ambiciosos queremos bajar los brazos ante la menor contrariedad cotidiana.
Pero de pronto la meta se confunde con el ideal y vira hacia un mandato, aquel mejor esfuerzo se convierte en un esfuerzo extremo, las privaciones aumentan, el deseo se desinfla y el atleta queda a merced de su férrea voluntad que se vuelve contra sí mismo, lesionándose o enfermando.
Nuestra subjetividad está sometida a embates vivificantes, pero también a embates mortíferos. La tarea consiste en tolerar esos vaivenes y advertir lo que en dichos vaivenes hay de nosotros mismos.
La búsqueda de reconocimiento en la mirada del otro, los ideales de éxito, las identificaciones, suelen ser falsos refugios que invitan a parar, frenando el despliegue de la potencia deseante. Marcas, ideales, identificaciones, y fantasías constitutivas de la condición humana en tanto tal, se irán atravesando en el camino de un análisis, quedando más disponibles para el deseo que impulsa la vida.
Recuerdo una jugadora de tenis que cuando estaba por ganar, perdía. Su acto sintomático era perder, cuando tenía todas las de ganar. ¿Pero qué perdía con eso que perdía? Durante generaciones el tenis había sido el deporte familiar y éste le fue facilitado desde pequeña. Cuando ganaba era mirada y admirada, pero esa mirada la encadenaba. Ante la búsqueda de reconocimiento de esa mirada, perdía el registro del cuerpo propio, y al ser para el otro se volvía sufriente. Al hacer para el otro se perdía para sí misma, y su acto sintomático constituía su propio mensaje inconsciente dirigido a ese otro. Lo que en realidad perdía, era la posibilidad de preguntarse qué quería hacer ella de su vida.
¿Cuál es el sentido de la vida? Tiene el sentido que nos fue dado por aquel que llamamos el otro de los primeros cuidados, madre, padre o quien haya sido. Pero ese sentido tendrá que ser apelado, cuestionado y destituido para dar lugar a un sentido propio. La posibilidad de dar sentidos a la vida dependerá de haber podido desalojar el sentido de los que nos precedieron.
Hay deportistas de alto rendimiento que se encuentran con algo de su deseo en la actividad, pero no es para la mirada del otro sino para ellos mismos. No son todos pero los hay, que no se lesionan a repetición, ni lo viven como una privación excesiva que no da tiempo a preguntarse por lo propio.
Hay una linda película llamada El ascenso, basada en la historia de Nadir Dendune, que se convirtió en el primer franco argelino en escalar los 8848 metros del monte Everest sin preparación ni experiencia, para lograr el amor de una chica. En ella el protagonista, luego de transitar severos obstáculos y mientras los más avezados iban quedando en el camino, confiesa a su guía, “¿Sabes qué? He madurado, antes de amar a alguien, debes amarte a ti mismo.”
Los que advertimos esos falsos refugios que sin embargo son constitutivos, sabemos que no se trata de mecanismos sugestivos como el “tú puedes” ni de la búsqueda de ningún supuesto “control”, sino de aceptar lo que no es posible tolerando el sinsentido de la vida y la angustia, sin los cuales no habrá deseo ni meta posible.

Por: Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
cecilia.lavalle@gmail.com

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