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EDICIÓN IMPRESA – Psicología: Ganar y perder Tener o no tener, esa es la cuestión…

Ganar y perder son situaciones que vivimos a diario, a veces de un modo atemperado y a veces de un modo más sensible.

¿Quién no ha visto u oído de aquel que, por perder tira las cartas por el aire, o el que patea el tablero, o la escena de los padres que se van a las manos en el partido de fútbol de sus niños?.
Un padre que se deja meter goles es un padre que ayuda al niño a afirmarse en su posición, al tiempo que lo introduce en el placer del juego con el que irá progresivamente adquiriendo una mayor habilidad.
En un estadio muy primario de constitución del yo que en psicoanálisis llamamos narcisismo, la mirada cumple la función de sentirse unificado, reconocido, amado por ese otro primordial y así se construye el ideal. La lógica que sostiene este momento es dual: “vos o yo”, “todo o nada”, “me quiere o no me quiere”. Cuando hay una falla en ese plano de la imagen narcisista, las personas buscan compensar esa debilidad reafirmándose a través de la competencia y la agresividad con el otro. Si se ven débiles, compensarán haciendo sentir débil al otro, si una mujer se siente menos deseada que otra, intentará compensarlo con un arreglo exagerado, si se siente no saber, se intentará mostrar que es el otro el que no sabe al modo de, “yo te voy a explicar, ¿te quedó claro?”. La forma de compensar ese “en menos” expuesto a la mirada del otro es reafirmar su identidad narcisista.
La paradoja es que el sujeto que compite desde la posición narcisista de “el otro o yo”, al pretender destruir imaginariamente al otro, se queda solo ahogado en su propia imagen como Narciso en el mito griego, estableciendo relaciones tensas que lo alejan de los otros.
Funcional al ideal de éxito en lo social, la ideología de la supervivencia del más apto, nos lleva a naturalizar la competencia constituyéndola en un valor. Así, “ser ganador” nos convierte en una mercancía más sin darnos cuenta. La competencia en sí misma no es nociva, resulta llevadera cuando ocurre en términos de juego y también de ser competentes, pero se vuelve mortífera cuando causa la agresividad y la rivalidad contra el otro.
Es de esperar que los ideales sean orientativos y no un mandato. Fallarle al ideal es hacer lugar a nuestras fallas, nuestras fisuras, esas que nos vuelven más vulnerables, más humanos y más amables. Toda falta que se nos presenta, nos brinda la posibilidad de renovar la apuesta, porque el camino sigue y de a poco algo nuevo se irá armando, eso que nos espera más adelante y que sólo habremos de encontrar gracias a la pérdida.
Es como si uno pudiera decirle al ideal, “No soy lo que quieres que yo sea, ni el más sabiondo, ni el más macho, ni la más deseable, pero soy el que obra en mi camino, uno más entre todos que a veces gana y a veces pierde”.

Por: Lic. Cecilia Lavalle
Psicóloga UBA. Psicoanalista.
cecilia.lavalle@gmail.com

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