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EDICIÓN IMPRESA – IZARRA POR EL MUNDO: La vida a bordo

Uno sale de San Isidro a recorrer el mundo en velero con la familia

Somos egresados de la Universidad de Buenos Aires y crecimos en algún tupper de la conservadora de clase media argentina. También vivimos en el exterior unos años y comprobamos que del otro lado del mundo también hay gente como uno.
Los chicos, muy simpáticos y extrovertidos, nos abren puertas en todos lados, acá en Brasil la gente tiene debilidad por as crianças. No vayas a ser muy severo cuando los diciplinás en la vía pública porque se te viene la policía a llamarte la atención y te hace sentir un mal padre. Es corriente que en los negocios les regalen golosinas, jugos y ¡hasta peluches!
Llegamos a la Ilha Grande y como imanes, nos juntamos con familias que viven a bordo, hablan castellano y tienen niños pequeños. Uno creería que con esos criterios tenemos mucho en común. ¡NADA más lejos! Formamos una banda de aventureros tan diferentes como nuestros barcos y eso enriquece mucho la experiencia.
Pero volvamos para atrás, los años antes de zarpar, todos nuestros amigos y familiares nos remarcaron en repetidas oportunidades lo “locos” que estamos, hasta somos considerados los “hippies”. Resulta que acá en esta nueva vida entre nómadas nos sentimos muy ordinarios, precavidos y nada alocados.


Nos sorprenden las familias que llegan navegando desde Buenos Aires hasta Angra dos Reis con sus hijos pequeños y muy poca experiencia y conocimientos en navegación. Dicen que fue la pandemia. Yo tengo poca experiencia en navegaciones largas pero me llevaron por primera vez al barco 15 días después de nacer y luego de haber corrido regatas a nivel internacional durante 10 años tengo un entendimiento aceptable de lo que sucede con las velas y las olas. Sin embargo, zarpé con muchos miedos e inseguridad. ¿Son unos inconscientes o nosotros unos miedosos, víctimas del respeto que hay en el Río de la Plata respecto al océano? No lo sé.
Por otro lado, la vida a bordo no es necesariamente para los eximios navegantes, ¡es para los rústicos, despojados, aguerridos, mazoquistas! Y en eso sí que nos parecemos.
Hace 1 año y medio que vivimos permanentemente en nuestro Victory 42 Izarra con los chicos. En un pico de ansiedad, luego de tenerlo 6 meses en tierra para pintarlo, ¡nos mudamos un 26 de junio gris y helado! Todavía no habíamos vuelto a colocar los tambuchos y teníamos tapas provisorias de fibra, adentro, los techos con su correspondiente aislante y las luces no estaban puestos y como habíamos sacado el mástil para reemplazar la jarcia, la mesa estaba desarmada y había una bolsa en la fogonadura. Como el Webasto necesitaba un service, usábamos un radiador de aceite conectado a la marina. Enseguida notamos que todas las mañanas las colchonetas de las camas nadaban en un charco: ¡la condensación de la humedad de nuestra respiración al entrar en contacto con las maderas heladas bajo las camas, producían lagunas! Lo solucionamos poniendo bajo las colchonetas una capa de felpudo de goma rulito.
¡¡¡La ducha. La ducha!!! Tenemos capacidad en los tanques de agua para 400 l, el termotanque es de 20 y depende de que prendamos el motor. Usamos duchas solares que son bolsas que dejamos todo el día al sol y a la tarde el agua está para cebar mate. Si está lindo la colgamos del arco que sostiene el panel solar y el baño es en la planchada de popa. Si está ventoso y no se puede seguir postergando el shampoo, la colgamos de una driza y metemos la manguerita por la ventana del baño.


¡La convivencia en espacios reducidos las 24 horas del día los 7 días de la semana es lo más lindo del mundo! Es como vivir en carpa pero en vez de ser de lona suave, te golpeas la cabeza varias veces al día.
Naturalmente cada uno fue encontrando su lugar. Además de nadar, bucear, caminar por la jungla y jugar en la playa, tenemos ratos de tranquilidad. Los chicos acapararon la dinette con todos sus juguetes, témperas y disfraces, Ezequiel suele sentarse en la mesa de navegación a trabajar, leer o chatear y yo soy la Reina del Cockpit, con mi mate, libro o guitarra me paso esas tardes afuera disfrutando del paisaje. Por eso aprovecho nuestra visita navideña a la familia para hacer cerramientos transparentes “antilluvia” acá en Buenos Aire donde aunque no se crea, es un poco más barato.
Vivir a bordo al ancla da una sensación de libertad enorme pero conlleva una carga de responsabilidad. Vivimos pendientes del pronóstico meteorológico y cuando vamos a estar varios días sin señal hacemos captura de pantalla en San Windy de los días subsiguientes.
Es divino cuando, fondeados, la corriente y el viento no se ponen de acuerdo y el barco se cruza a las olas en el medio de la noche, uno trata de dormir con las extremidades como una estrella para no rodar por la cama. Es como una cuna y siempre pienso que a los bebés tampoco les debe gustar que los hamaquen.
Tenemos un compartimento aislado térmicamente, la heladera, que se accede desde una tapa horizontal en la mesada “para que no se escape el frío” y desde una puertita vertical bajo mesada. La heladera tiene una forma retorcida, súper copado cuando quieres sacar algo del fondo sin que se escape el preciado frío. Las cosas se ordenan de acuerdo a las necesidades de cada alimento. Por ejemplo: pegado a la placa, la cerveza; lejos de la placa, la lechuga; y además, un montón de tuppers para evitar que si algo se pudre en el fondo, el jugo vaya por el drenaje a sentina perfumando el ambiente.
El frío se logra con un compresor eléctrico Danfoss que nos instaló el eterno Julio ‘Omega’ y se alimenta con el panel solar Jinko Swan ‘bifacial’ de 400W. Consume 60 amperes por día. Además cuando prendemos el motor para trasladarnos aprovechamos para conectar el compresor a correa que congela y ayuda mucho cuando vamos al supermercado y cargamos la heladera a tope.
Tenemos 2 baterías de LiFePo4 de 100 amperes cada una. Se alimentan del panel solar y también del alternador. Se pueden descargar un 90% con lo cual uno dispone de 180 amperes. Tienen la errónea fama de ser caras pero si se calcula la cantidad de ciclos y los amperes que se obtienen de cada ciclo, y eso se contrasta con baterías de AGM de ciclo profundo, el costo de la batería es equivalente. La ventaja de las que elegimos es que pesan 15 kilos versus 60, además de ser mucho más pequeñas. Son libres de mantenimiento pero requieren de un regulador de carga solar mppt de buena calidad. Una vez, luego de 4 días muy lluviosos, las agotamos y el sistema BMS (sistema de gestión de baterías) que traen integrado, cortó el suministro de electricidad, protegiéndolas y evitando el deterioro que sufren las baterías comunes. Además tenemos una batería de ciclo corto para arranque de motor que se carga sólo con el alternador. Si ésta alguna vez fallara, se puede arrancar el Yanmar de 39 hp con el banco de LiFePo4.
Arriba de cubierta tenemos un cockpit central que cuando el barco barrena en popa a 12 nudos, ¡sentís que vas a 20!
En proa hay dos enrolladores Profurl con una genoa 2 vieja y una trinquetilla rockera nueva que usamos con más de 27n aproximadamente dependiendo del ángulo de navegación. La mayor es vieja y tiene 3 manos de rizo. La maniobra para tomar rizos está en el mástil dejando espacio bajo la chubasquera rígida despejado para que se acurruquen los chicos.
Hace muchos años que soñábamos con esta vida y la estamos disfrutando muchísimo, ¡hay que animarse!

Por: Virginia Britos

barcos@barcosmagazine.com

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