¡Lo logramos! Vencimos el miedo. Nos volvimos a subir al caballo
Luego de la varadura en la entrada de Santo André, cerca de Porto Seguro, quedamos atrapados en el paraíso. Con el barco roto, sin timón, no podíamos navegar, pero desde que el timón de fortuna estuvo listo, no había más excusas, había que tomar coraje. Dos veces elegimos un día con buen pronóstico y a último momento postergamos la salida. Yo estaba sintiendo pánico. Terror a volver a vararnos. Miedo paralizante ante la posibilidad de quedar sin timón en mar abierto. Durante esa última semana angustiante, trabajé sobre mis temores, los analicé, los miré de frente y me di cuenta de que ninguno representaba el fin del mundo, de nuestro mundo. Siempre habría plan B.
Salimos un sábado soleado con viento suave del este. Sandro y Carlindo, los prácticos del lugar nos acompañaron y guiaron por el canal estrecho que con el mar calmo, no se veía tan tenebroso. Hubo muchos saludos desde otros barcos y desde la playa, bocinazos de despedida y deseos de buenos vientos. Enviamos un mensaje de “Aviso de Salida” a todos los grupos náuticos de whatsapp, que acá en Brasil son muy activos y numerosos. Creo que media comunidad náutica brasileña estaba pendiente de nosotros en esas horas y eso fue muy reconfortante, saber que si algo iba mal, saldrían a buscarnos.
Navegamos de manera muy conservadora, siempre con el motor ayudando a reducir la fuerza lateral sobre el timón. Al atardecer, el viento aumentó y el Izarra se embalaba a más de 7,5 nudos así que fuimos tomando rizos y achicando la genoa hasta mantener 5,5 nudos. Timonear tirando de dos cabos que van a un sector, es bastante cansador. Optamos por hacer trabajo en equipo y llevábamos un cabo cada uno. “Cazá”, “aflojá”, “dame un poco”, “ya filé, cazá” así íbamos, nada de guardias. Llegó el amanecer y se sintió como otro logro. De a poco, al ver que el timón funcionaba bien, y sobre todo, resistía, íbamos tranquilizándonos. A la mañana entramos al puerto de Ilheus, un domingo de sol y calorazo. Fondeamos y nos fuimos al Iate Clube donde nos dieron cortesía y pasamos el día nadando en las piletas.
Ilheus, además de ser la tierra de Jorge Amado, famoso escritor brasileño, es la tierra del Cacao. Ahí fuimos, a visitar una plantación de la fruta originaria de uno de los mayores placeres de la vida. Los árboles, se encuentran mezclados entre otras especies autóctonas, imitando el ambiente amazónico, de donde proviene esta especie tan preciada. Luego de una recorrida por el campo, nos mostraron dónde se fermentan y luego se secan las almendras de cacao. La pulpa blanca de la fruta es exquisita y nos convidaron licuado helado de la misma, mientras el encargado del lugar nos explicó junto a una degustación, el proceso para obtener los chocolates más puros y exquisitos. Por supuesto que la visita terminó en la pequeña tienda donde ¡compramos de todo!
A la tarde fuimos al centro de Ilheus, almorzamos comida típica Bahiana, visitamos la casa de Jorge Amado, compré su libro, Gabriela, Clavo y Canela y visitamos el cabaret Bataclan, antiguo centro de reunión de los hombres del pueblo.
Volvimos al barco y nos acostamos muy temprano. A medianoche sonó el despertador, levamos ancla, izamos mayor y salimos del puerto. Soplaba suave del este. Esta vez optamos por atar ambos cabos -los guardines- del timón, a la rueda. Para navegación en mar abierto resultó muy bien pero para maniobrar en puerto, mejor los cabos en las manos. Esta vez, hicimos guardias de 2 horas y fue una navegación relajada. Cuando salió el sol, pudimos ver que el color del mar, acá es de un azul brillante, intenso, que no habíamos visto. Nos cruzamos nuevamente con ballenas jorobadas. Madres con sus ballenatos. A veces asoma la cola de la madre y adivinamos que está amamantando. Otras, están en activa clase de ejercicios para que la cría aprenda a controlar su cuerpo y así pueda volver nadando a la Antártida.
Al mediodía, con la marea subiendo y la intensa corriente entrando, nos metimos en la gigantesca bahía de Camamu. Agua transparente, infinidad de cocoteros y playas de arena blanca. Arrecifes de coral y muchos ríos para explorar, con cascadas y arroyos entre manglares. Le dicen la Polinesia brasileña. Pasamos 5 días de puro disfrute. Una madrugada, antes de que el sol nos convenza de quedarnos un día más, levamos ancla, izamos velas y salimos en un borde apretado con la estoa de alta. En todos estos lugares, la marea marca el ritmo de cada día, tanto para los pescadores locales como para nosotros.
Con más confianza aún, navegamos las últimas 65 millas náuticas hasta Salvador de Bahía. Nos agarró un Pirajá, que es cómo le llaman a los chubascos, muy frecuentes en esta zona. En 15 minutos el viento y la lluvia habían pasado y dejaron una calma desesperante. Necesitábamos llegar antes de que la marea empezara a bajar, produciendo una corriente en contra de 2 nudos. Por suerte el viento pronto volvió a aumentar, tanto, que por enésima vez tomamos manos de rizo y achicamos genoa. Entramos a la Bahia de todos los Santos con bastante viento, y al tirar el ancla frente al elevador Lacerda, nos dimos cuenta de que ¡lo habíamos logrado! ¡No tendríamos que volver a salir al océano con el timón de fortuna!
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