PRIMERA PARTE
Por Guillermo Rodríguez
En poco más de un siglo, entre 1689 y 1815, Gran Bretaña libró siete guerras contra Francia. Desde la guerra de los Nueve Años hasta las guerras napoleónicas, el enfrentamiento por la hegemonía en Europa también se desarrolló en el mar. El poderío de ambas fuerzas navales se basaba en el navío de línea: un barco de guerra de alto bordo, tres palos, aparejo combinado y dos o tres cubiertas artilladas. Los navíos de línea fueron los buques utilizados en la táctica de combate llamada «línea de batalla» que consistía en alinear las embarcaciones para disparar fuego de artillería sobre la flota enemiga. España y los Países Bajos contaban con este tipo de naves en sus armadas; con todo, a comienzos del siglo XVIII, esas naciones ya eran potencias de segundo orden. El navío de línea fue el gran protagonista de la guerra en el mar a partir de mediados del siglo XVII y hasta la mitad del siglo XIX. Estos barcos de madera medían entre 35 y 65 metros de eslora y de 7 a 15 de manga. Llevaban entre 40 y 130 cañones montados en dos o tres cubiertas, con la excepción del navío español «Santísima Trinidad» de cuatro puentes. Los navíos de línea se clasificaban según el número de cañones y puentes. A finales del siglo XVIII, los de primera clase portaban más de 100 cañones distribuidos en tres cubiertas; los de segunda clase transportaban entre 80 y 98 montados en tres puentes y los de tercera clase, 64 a 80 cañones en dos cubiertas.
Hasta bien entrado el siglo XVII, la guerra naval empleaba tanto el abordaje como el uso de la artillería. La utilización de grandes buques con 50 o más cañones -y la implementación de la «línea de batalla»- tuvo lugar a mediados del siglo XVII. Al parecer, el marino portugués Vasco da Gama empleó esta formación de combate en algunas escaramuzas durante su segundo viaje a la India en 1502. En el tratado «El arte de la guerra en el mar» (1555), su autor, el portugués Fernão de Oliveira, menciona esa táctica. Ya se dijo aquí que las principales armadas europeas contaban con navíos de línea: sólo los grandes estados marítimos del Viejo Continente podían solventar los elevados costos de su construcción y mantenimiento. En la primera mitad del siglo XVII las escuadras de guerra de Europa eran muy heterogéneas, compuestas en su mayoría por embarcaciones mercantes adaptadas. El diseño del navío de línea buscó combinar poder de fuego y cualidades marineras. Sin embargo, estos barcos eran lentos y requerían un gran número de tripulantes para su maniobra. Por cuestiones de estabilidad, los cañones de más calibre (y peso) iban en el primer puente (la cubierta más baja). No obstante, por el peso de las piezas de artillería, los navíos tendían a balancear en exceso. En cuanto a su fabricación, los cascos de los navíos de línea ingleses y franceses eran de roble en tanto que los mástiles y las perchas se hacían de pino. Por su parte, los navíos de España se fabricaban de caoba (con arboladura de pino) procedente de las colonias de América Central.
El navío de línea y la «línea de batalla» fueron el resultado de dos adelantos tecnológicos en el combate naval: la invención de cañones más potentes y la incorporación de troneras en el casco de los buques. El navío era una fortaleza flotante pero tenía algunos puntos débiles. A diferencia de sus costados, la proa y la popa del navío de línea no estaban reforzadas. Un impacto de artillería en esos sectores causaba grandes daños y bajas. La mejor defensa era que la flota permaneciera alineada de tal manera que las otras embarcaciones protegieran los extremos del navío. A finales del siglo XVIII el navío de línea llevaba una tripulación de entre 600 y 900 hombres. Cuando la embarcación se disponía a entrar en acción, la mayor parte de la marinería era distribuida en las baterías. Cada par de cañones (de estribor y de babor) tenía una dotación asignada. El resto de la tripulación se ocupaba de las maniobras de la nave o prestaba servicio en el polvorín. El carpintero de a bordo y sus asistentes se ubicaban en el sollado dispuestos a reparar los destrozos en el casco producto de la munición enemiga. Entretanto, los oficiales bajaban a los puentes para dirigir a los artilleros mientras que en el alcázar el capitán junto a sus lugartenientes impartía las órdenes.
Tras la firma del Tratado de Amiens por Francia y Gran Bretaña en 1802 que puso fin a las Guerras revolucionarias francesas (la contienda entre el gobierno revolucionario francés y las principales monarquías europeas), el entonces primer cónsul Napoleón Bonaparte promovió una agresiva política exterior. Los planes de Napoleón afectaron los intereses británicos en las Indias Occidentales y en Europa, y luego de una serie de amenazas cruzadas, Gran Bretaña declaró la guerra a Francia en mayo de 1803. El reinicio de las hostilidades encontró a las fuerzas navales de ambas naciones sin la preparación suficiente. A pesar de que la Marina Nacional francesa tenía una veintena de barcos en construcción, desde el final de la conflagración anterior había botado sólo un navío de línea. Además, la mayoría de la armada necesitaba reparaciones: apenas dos docenas de navíos estaban en condiciones de prestar servicio de los cuales la mitad se hallaba en el mar Caribe. La situación no era muy distinta al otro lado del canal de la Mancha. En los pocos meses entre el final de la Guerra revolucionaria francesa y el comienzo de la contienda contra Bonaparte, la Marina Real británica botó sólo dos navíos de línea con diez buques en construcción. En enero de 1804, setenta y cinco navíos eran aptos para combatir.
Ni bien estalló la guerra, Napoleón empezó a planear la invasión de Inglaterra. En 1803 y 1804, más de una cuarta parte del presupuesto nacional se destinó a solventar los gastos de la Marina. Para mediados de 1805 se habían fabricado más de trescientas chalupas cañoneras de 25 metros de eslora y 5 cañones.
El ahora emperador Napoleón I envió un ejército de cien mil soldados a la zona del paso de Calais, el sector más angosto del canal de la Mancha. Sin embargo, sin la escolta de navíos de línea la escuadra de desembarco no tenía posibilidades de alcanzar las costas inglesas. Y sucedía que la flota británica bloqueaba la salida de una treintena de navíos de Francia en los puertos de Brest, Rochefort y Ferrol.
Entretanto, Gran Bretaña se alió con Austria y Rusia para enfrentar a los franceses en el continente europeo mientras que los españoles ingresaron a la conflagración como aliados de Napoleón.
(Continuará).