La agonía del río Amazonas y sus comunidades indígenas en Colombia
Con bidones de agua al hombro, indígenas yagua de Colombia caminan por un desierto de tierra árida, antes cubierto por las aguas del Amazonas. Hasta que una severa sequía redujera un 90% el caudal del río más grande del mundo.
Cerca de la ciudad de Leticia (sur), la más importante de la Amazonía colombiana, niños, adolescentes y mujeres, entre otros aborígenes, enfrentan un viacrucis para llevar víveres hasta su comunidad de poco menos de 600 habitantes.
Desde hace unos tres meses el río se secó y dejó su caserío aislado por una kilométrica playa de arena.
Sin sequía, el punto más cercano del afluente estaba a unos 15 minutos caminando. Ahora, el calvario bajo el sol dura más de dos horas.
«Este momento es bien difícil», dice a la AFP Víctor Fracelino, un indígena yagua de 52 años.
«Todas las cositas que se traen de Leticia nos toca cargarlas (….) la arena a veces no nos deja avanzar, no nos deja caminar, nos atrasa», añade mientras lleva un bidón de seis litros donado con fondos estatales, el único remedio que calma su sed en la mayor selva tropical del planeta.
Recientemente, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) informó que el caudal del Amazonas se redujo hasta 90% ante la alarmante escasez de lluvias que afecta esta zona en de la triple frontera con Brasil y Perú, únicamente accesible por agua.
«Para muchas de estas comunidades su único medio de transporte es el río, al secarse estos afluentes pues se ven completamente incomunicados», apuntó el director de la entidad, Carlos Carrillo.
– Como antes –
La sequía coincide con los peores incendios en la Amazonía en casi dos décadas, según el observatorio europeo Copernicus.
María Soria y otros miembros de su comunidad caminan para vender artesanías a los turistas en un sitio llamado Isla de los Micos. Los más jóvenes juegan fútbol donde antes estaba el río más caudaloso de la Tierra.
«El Amazonas es el ‘pulmón del mundo’ y es bonito, pero en este momento para nosotros no es bonito porque estamos caminando muy lejos», se queja la mujer de 55 años, vestida con trajes típicos yaguas.
La Gobernación de Amazonas calificó la sequía como «la peor crisis climática» que ha experimentado el departamento selvático de unos 109.000 kilómetros cuadrados.
Sin carreteras, el comercio depende del caudal del río que nace en Perú y muere 7.000 más lejos en la costa de Brasil, tras cruzar Colombia.
Del lado peruano, pequeñas poblaciones reportaron escasez de alimentos. Del brasileño, autoridades decretaron una «situación crítica», especialmente por el bajo nivel de una hidroeléctrica que genera el 11% de la electricidad del país.
Los barcos que llevan el combustible tardan más y los precios están disparados. El bajo nivel obliga a los pescadores a hacer recorridos más largos esquivando las playas de arena.
«Mirando toda la ribera, por donde vayas todo está seco», comenta Roel Pacaya, pescador de 50 años.
Sumado a la deforestación, expertos advierten que la Amazonía está en riesgo de convertirse en una extensa sabana.
«De aquí a unos años se secará todo ese río y ahí va a ser más dificultad para todos nosotros (…) (Estamos) pidiéndole a mi Dios que vuelva a ser como antes, como nosotros vivíamos», suplica Soria.
– «Saber vivir» –
En otro punto de la ladera, Eudocia Morán (59) se siente encerrada.
A pocos metros de su hogar, en un caserío llamado Macedonia, el río se cortó en dos, con baches de arena, y tomó apariencia de pozo con aguas estancadas.
El turismo, la principal fuente de ingresos de los lugareños, cayó ante la difícil navegación, y los viajes a Leticia para comprar víveres se redujeron por el temor de que las embarcaciones vuelquen o queden trancadas.
Morán, una líder del pueblo tikuna, está convencida de que la solución es retomar la tradición agrícola de sus ancestros.
«Nos toca trabajar nuevamente, meternos en la agricultura de lleno», asegura.
En la huerta, atravesada por una grieta que dejó el río, germinó yuca, frijol, maíz, frutas y verduras que toman poco tiempo para ser cosechadas.
Si la sequía continúa y se endurece en los próximos años, Morán ya tiene la receta basada en la siembra.
«Yo le digo a mucha gente: nos toca (…) saber llevar la corriente de los tiempos. Hay que ir (a favor de la) corriente porque ¿qué más nos toca hacer? saber vivir, saber trabajar», concluye.