De esto se trata la aventura
Como conté el mes pasado, entrando en Santo André, en la bahía de Cabralia, nos tragamos una lengua de arena. Luego de sufrir 24 horas con el barco golpeando el fondo, logramos salir. El skeg no aguantó, se partió al medio y sin él, no podemos poner el timón.
Hace más de un mes que estamos atrapados en este pequeño paraíso. Los locales nos han abierto los brazos y brindado su ayuda. Estas semanas aprendimos muchas cosas, sobre fibra de vidrio, fuerza lateral y de torsión, pero la más importante es que la gente está dispuesta a ayudar, solo hay que abrirse y romper la barrera idiomática, cultural y socioeconómica.
Bambo, dueño de una barcito de playa, nos rescató el pedazo de skeg y el timón que se habían hundido a un metro y medio de profundidad. Habíamos dejado un ancla marcando el lugar donde había estado la popa del Izarra durante la varadura.
Elielton, con su pesquerito de madera llamado Polo Aquatico, nos rescató el ancla con los 60 metros de cadena. Había quedado allá afuera, tan enterrada en la arena que va y viene con la corriente del río, que con el gomón fue imposible levantarla.
Sandro Rivas nos ayudó desde el minuto uno, en todo. Desde remolcar el barco, transportar tablones y materiales en su camioneta, llevarnos de compras, proveeernos de agua para los tanques del barco, dejarnos trabajar en el jardín de su casa y principalmente, darnos un abrazo ni bien salvamos el Izarra.
Pasado el shock, y luego de llorar el alivio de seguir teniendo barco y viaje por delante, dormimos por las dos noches que no lo habíamos hecho y empezamos a ordenar el barco.
Lo primero que hicimos fue revisar el casco del barco. Levantamos todos los pisos y camas. Limpiamos la sentina a fondo y revisamos los bulones que sostienen el quillote y los arraigos de obenques y stays. Incursionamos en el buceo táctico para revisar alrededor del quillote, la línea donde se une al casco. También inspeccionanos lo que quedó del skeg. El Izarra no hace agua, no encontramos ni la más mínima fisura, ya veremos cuando lo saquemos a tierra. Es un barco muy duro.
Ezequiel me izó al mástil para revisar que no se haya dañado ningún arraigo y está todo impecable.
Guardamos la maraña de kilómetros de cabos, cadenas, anclas y boyas. Para alivianar el barco habíamos vaciado los tanques de agua y ¡cuánto necesitábamos una ducha!
Nos pusimos en contacto con amigos y desconocidos que se tornaron amigos. Plastiqueros, constructores navales, diseñadores navales, navegantes, todos se solidarizaron con nosotros. Fue un mimo enorme recibir tantas ideas, sugerencias, consejos y mensajes de aliento.
Acá no hay varadero, ni posibilidad de sacar el barco a tierra. Exploramos la opción de encallar el Izarra con la marea de sicigia, pero lo descartamos, porque sólo tendríamos unas horas con el barco en seco y una reparación con fibra de vidrio requiere más tiempo.
Averiguamos el costo de un remolque y resultó prohibitivo además de peligroso.
Decidimos fabricar un timón de fortuna para navegar 200 millas náuticas hasta Salvador de Bahía. El espejo de popa del Victory 42, es lanzado en un ángulo de unos 25 grados. Además, en el plano horizontal es convexo, con una redondez significativa y para complicar más el desafío, tiene un despegue de la superficie del agua de unos 25 centímetros. Nos tomó una semana diseñar los detalles de un timón como el de un optimist. Al principio iba a ser de hierro pero por peso y costo optamos por terciado naval. Encolamos 3 planchas de 1,8mm logrando un grosor de 5,4 centímetros. Lo recubrimos con fibra de vidrio y conseguimos un carpintero que perfiló el canto de fuga y un herrero unos soldó los herrajes. Cómo tenemos el stay popel en crujía y los parantes del balcón de popa, no hay lugar para una caña de timón. Como usan los pesqueros y saveiros locales, tiene un sector hacia popa, a cuyos extremos van atados dos cabos que son guiados hacia los molinetes del cockpit.
Mientras tanto, vinieron mi mamá Diana Eloff y su namorado Juan Carlos Attwell a visitarnos. Lo pasamos bárbaro.
El pueblo de Santo André es muy especial. Conserva la esencia Bahiana y en temporada baja, pudimos disfrutar de la orgullosa cultura local. Los chicos tomaron clases de Capoeira y yoga. Mientras los chicos realizan la danza que enmascara un arte marcial antiguamente prohibido, la música de reminiscencia fuerte africana es ejecutada por el profesor y los mismos alumnos con el birimbao, el pandeiro y el atabaque, una especie de tambor con cuñas para tensar el cuero. Todo sucede rodeados de selva tropical Bahiana.
Luego de más de un mes, estamos listos para salir. Estamos muy nerviosos ante la perspectiva de volver a pasar por el canal de entrada a este puerto, tan angosto y con las olas rompiendo en el arrecife a escasos metros. La correntada, muy fuerte y solo es recomendable pasar con nuestro calado de 2,2 m y falta de pericia, con la marea alta. Adentro, el fondeadero es muy estrecho y hay poco lugar para probar el timón, solo a motor. Una vez afuera, en mar abierto tenemos confianza en que todo va a ir bien. El Izarra es un velero muy equilibrado y esperamos poder trimar la velas para que el timón haga la mínima fuerza posible.
El próximo artículo espero escribirlo desde Salvador y no veo la hora de estar allá.
Sígannos por Instagram: @navegando_el_ izarra
Por: Virginia Britos