Estuvimos 25 días en la ciudad de Vitoria, capital del estado de Espírito Santo, en Brasil
Llegaron otros barcos amigos e hicimos varias reuniones a bordo, donde la charla pasaba por las ballenas Jubartas -que ya llegaron-, dónde conseguir agua, cuándo viene el próximo frente frío del sur que nos lleve al siguiente puerto, dónde hay una lavandería, cuál supermercado es más barato, el Caribe nos espera… entre otros temas.
Finalmente llegó el viento sur y levamos ancla para navegar las siguientes 150 millas náuticas en nuestro viaje hacia el Caribe. Salimos de la bahía do Espírito Santo con las primeras luces, e igualmente tuvimos que esquivar canoas hawaianas y nadadores eximios, que a esas horas ya cruzaban de una costa a la otra, igual que todos los días. Durante la mañana tuvimos ventos fracos, pero de a poco fue levantando y para el mediodía ya soplaban 15 nudos de popa. Como siempre, llevábamos una vela de cada lado para aprovechar mejor el viento, y navegábamos a 7 nudos ¡una maravilla! El mar turquesa estaba súper calmo.
Cómo las ballenas Jubartas ya llegaron, provenientes de aguas antárticas, donde se alimentan, y en camino a su área de reproducción -entre el archipiélago de Abrolhos y Salvador de Bahía -, decidimos navegar muy cerca de la costa. En general nos mantuvimos a 1 o 2 millas de tierra con 15 metros de profundidad. Solo una vez vimos los chorros de agua y aire de las expiraciones, muy lejos hacia el mar.
Nos cruzamos con decenas de delfines pero iban en dirección contraria y a pesar de los grititos de emoción de Aquiles y Ulises, no quisieron venir a saltar en la proa del barco. Los chicos se entretuvieron haciendo burbujas de agua con detergente y usaban el mango de la tijera para soplar. Almorzamos sandwiches y a la tarde escuchamos los Cuentos locos para chicos inteligentes que descargamos de la aplicación Audible, de los mejores entretenimientos para chicos que descubrimos últimamente.
Al pasar las horas, el viento fue en aumento y fuimos achicando la vela mayor. A la noche se mantuvo en 18 nudos con algunas rachas más fuertes, pero Mar muy tranquilo. Despedimos al sol en un atardecer naranja, y la luna casi llena nos siguió iluminando el camino ¡Condiciones soñadas!
Siendo 1º de julio, las noches son larguísimas. Hicimos guardias flexibles de aproximadamente 2 horas, con buena música, y atentos a la posibilidad de ver una silueta de cetáceo entre las olas.
Amaneció, mateamos y unas horas más tarde entramos en la zona de arrecifes coralinos. Ahí estaban las jorobadas, algunas flotaban como botes dados vuelta, y se dejaban llevar por la corriente, durmiendo, otras nadaban y tiraban chorros de agua y aire alertándonos de su presencia. Cada vez que las veíamos, hacíamos sonar una campana de bronce con la esperanza de que nos oigan y nos esquiven. Dos semanas atrás, 150 millas hacia el norte, hubo una colisión entre una ballena y un catamarán. El barco se dio vuelta y la tripulación fue rescatada por los botes salvavidas de un buque que pasaba cerca. Nos enteramos en Vitoria ese mismo día, cuando casualmente, vinieron a picar algo, los tripulantes del Adventus, el velero que se hundió el año pasado, a 40 metros de profundidad, tras ser embestido desde abajo por una ballena que salía a superficie. Increíblemente, luego de un mes bajo el agua, lo reflotaron con la ayuda de barcos pesqueros. Lo fueron trasladando por etapas hacia la costa, donde finalmente lo remolcaron hasta un varadero, donde hubo que hacer un enorme agujero en el fondo para drenar medio metro de barro que había en el interior y comenzar con la renovación.
Con estos antecedentes en la zona, el tema ballenas está candente y vamos muy alerta.
Al acercarnos a Caravelas, el agua se tornó marrón y tras otear el horizonte, eventualmente, divisamos el primer par de boyas de canal de entrada, no precisamente donde indicaba la carta. Enfilamos y la profundidad fue descendiendo. La marea creciente, generaba una corriente fuerte e íbamos entrando a 7 nudos. En los márgenes del canal, los bajo fondos producían rompiente, acelerando nuestros corazones ante la posibilidad de vararnos con esa correntada.
Luego de varias curvas, entramos al Río Caravelas, de agua salobre debido a que el enorme caudal de agua que entra y sale dos veces al día responde en su mayor parte, a la marea.
El pueblo tiene las casas pintadas de colores y los barquitos pesqueros, también coloridos, están amarrados a la costa y quedan en seco con cada bajante.
Fondeamos en la tremenda correntada que nunca se detiene -solo cambia de dirección- y nos dedicamos a descansar y contemplar el paisaje de río.
La semana que viene vamos a ir a bucear al archipiélago de Abrolhos.
Seguinos por Instagram @navegando_el_izarra.
Por: Virginia Britos