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Nada se aprende en la tierra de Nunca Jamás

Casi a diario todos los mortales relacionados con la náutica (o no) recibimos fotos y videos de las fiestas que se realizan a bordo de lanchas o cruceros de las más variadas esloras. Apenas hace un día, circularon algunas tomas que merecen comentarse, antes que tengamos que lamentar.

Texto: Gustavo Revel

Que quede bien claro: fuimos jóvenes, y hemos disfrutado lo que la vida nos daba o permitía. Soy consciente que todos hemos traspasado algún límite o roto alguna regla en el transcurso del tiempo.

En retrospectiva, pienso que nuestras locuras parecen niñerías comparadas con las libertades, costumbres y disfrute que hoy los jóvenes se permiten. Pero no reniego de ello, es la evolución de las sociedades y del mundo, y las acepto.

No obstante, hay situaciones que merecen ser vistas desde otra perspectiva, sin desmedro a los nuevos tiempos: ese punto de vista lo defino como “prevención”.

Argentina funciona distinto a la mayor parte de los países del globo. No merezco un aplauso por tal frase, pero compartirán conmigo que cuando hay una tragedia, allí empiezan las culpas cruzadas y los cambios de normas, políticas, restricciones y controles, justicia lenta y a veces tendenciosa, o que no llega nunca, por error, omisión o corrupción; siempre es TARDE. Accidente de trenes, mueren decenas de personas = cambio de trenes; muertes en las esquinas transitadas = semáforos; muertes por incendios = nuevas reglamentaciones y controles; muerte en las rutas = mejoras en las mismas, etc, etc. Siempre tarde.

El disparador de esta nota fueron dos fotos puntuales: un yate motor, de vieja data, de unos 40 pies aproximados, llevando a bordo al menos (por lo que se puede ver) treinta y cinco (35) jóvenes agolpados rumbo a una fiesta en el río. Ni siquiera diré fiestas clandestinas, simplemente cruzando el río hacia una fiesta. Y la segunda foto es esa misma embarcación hundida, varada parcialmente en la playa y sin gente, sin víctimas que lamentar.

Las llamadas fiestas clandestinas en el río se ven desde no hace demasiado, aunque son una constante en crecimiento. A los más jóvenes les comento que en el río y en los barcos SIEMPRE hubo fiestas y  bailes, con equipos de audio arcaicos que deberían googlear para entender de qué se trataba. No se ha inventado nada, sólo cambiaron las formas.

Pero hay algunos límites que se rompieron y son los límites que pone cada embarcación. Si no atendemos este tema, las fiestas acabarán en tragedia. Paso a resumir muy brevemente: cuando se diseña una embarcación, siempre se impone un límite de personas y de carga, igual que en los autos, aviones y todo tipo de transporte. En la náutica, esos márgenes de seguridad son estrictos, ya que las infinitas condiciones de navegación, del río, clima, marea, carga y viento son cambiantes segundo a segundo. Si el barco supera la máxima admisible en personas o carga, se vuelve inestable y básicamente puede hundirse (frente a determinadas condiciones) o podría dar vuelta campana (por otros factores que no van al caso). Y eso, muchas veces, termina en tragedia.

La embarcación a la que refiero, no está habilitada para transportar treinta y pico de personas. Muchos dirán, tal vez con algo de soberbia de alguna experiencia vivida, todo lo contrario. Es más: en cualquier foto de una fiesta náutica, con los barcos abarloados, es imposible contar cuántas personas hay en cada embarcación, superando los máximos permitidos en cada una de ellas. Pero, cada barco tiene una condición di-

ferente, y en aguas calmas la cosa ofrece alguna tolerancia.

En otras palabras… si ud. tiene un auto con capacidad para cinco personas (recuerde la disponibilidad de cinturones de seguridad) ¿podría llevar a ocho? ¿a diez? La respuesta es sí, estibados cual ganado dentro del habitáculo, pero el auto no responderá de la forma para la cual fue diseñado; su suspensión será dura, sus frenos más inseguros, etc. Un barco es aún mucho más complejo.

Resumiendo: quien sea el capitán de este tipo de barcos, que transportará amigos y hasta desconocidos hacia una fiesta, debe juntar sus neuronas náuticas para entender que eso es una bomba de tiempo, y si ya lo hizo y todo salió bien es porque la vida le regaló un día más.

No me detengo en el tema de distancia social en las fiestas porque de eso se habla mucho, poco se hace, y en estos casos los jóvenes (y los no tanto) parece importarles absolutamente nada al respecto. Tal vez paguemos caro este “simpático” descontrol con onda, como dicen algunos.

Pero sólo apunto a la posibilidad latente de un estúpido naufragio (estúpido es la palabra) que tendrá luctuoso resultado de seguir con estos excesos de personas a bordo, en su mayoría no del medio y sin conocimiento náutico.

Por ejemplo, si en plena navegación de ese barco abarrotado de gente un tripulante cae al agua, la maniobra de recupero de esa persona será riesgosa sin dudas: el descontrol a bordo avisando al capitán respecto del hombre al agua, con personas moviéndose para ver o intentar ayudar; el instintivo viraje en “U” para volver al rescate; el desplazamiento de gente y carga a una banda; una posible condición de viento y ola desfavorable… final anunciado.

Mientras escribo pienso cómo puedo aportar conciencia sin que nadie se sienta ofendido, agredido, corregido por una persona que ni siquiera conocen. Prefiero que estos comentarios les “pegue”, porque luego será tarde. Nadie dice que no disfruten de la náutica en ese formato, pero tomen recaudos en el transporte y en la cantidad de personas a bordo. Y de la distancia social, de paso.

Las fiestas náuticas tienen varias décadas en el mundo: Estados Unidos, países europeos y en el cercano en Brasil, infinidad de barcos se abarloan y pasan gratas horas al sol, con música, bailando y bebiendo. Pero pocas veces se sobrepasan los límites de personas a bordo de la forma que hoy vemos a diario.

Ya que estoy “repartiendo” ideas, se me ocurren algunas más. Las digo en voz alta, para que alguien me conteste, me corrija o tal vez pueda implementar algo útil. Cada vez que salgo a navegar, un bote de Prefectura me detiene amablemente pidiéndome papeles y elementos de seguridad. ¿Ninguna embarcación de Prefectura ve este descontrol a bordo, al menos en navegación?

Yo sé perfectamente que muchas veces los amigos Prefecturianos toman cartas en el asunto haciendo lo que se debe, pero un llamado telefónico de un amigo “de” o conocido de “tal”, deja a nuestros policías del agua mascullando bronca por querer hacer las cosas bien. Lo mismo en la tierra como en el agua (Amén).

Pero detener ese tipo de barco, contar la gente y pedir los chalecos salvavidas será suficiente como para labrar una flor de multa, única manera de un aprendizaje eficiente, y no se repita. Jefes del área, no duden en apoyar a los que están en el frente de batalla. Aunque el que llame sea un “groso”, hagan su mejor esfuerzo por que las cosas sean como deben ser. Igualdad para todos redunda en seguridad.

Y algo más: Sr. Prefecto Nacional Naval… su gente trabaja en el río, embarcada al rayo del sol, todo el día a 30 grados, con botes chicos y sin servicios… ¿no sería bueno un uniforme de verano? ¿Qué sentido tiene pantalón largo, camisa, gorra reglamentaria y zapatos de seguridad en un bote de cinco metros? Téngalo en cuenta… simplemente están trabajando para la náutica toda…

Buen comienzo de año.-

barcos@barcosmagazine.com

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